SIN PAÑOS TIBIOS
La misma política de siempre
Camino a Brest-Litovsk, la mirada de Trotsky se perdía en el blanco sin fin del horizonte. Nadie como él —salvo Lenin— tenía tan claro que aquello significaba la claudicación absoluta de los intereses revolucionarios, sacrificados en el altar del pragmatismo. Desde entonces, la ciudad bielorrusa ha sido referente obligado de quienes tienen que desdecirse en nombre de la realpolitik y necesitan una justificación histórica para hacerlo. Peña Gómez con Wessin y Wessin, en 1973; Balaguer con Leonel Fernández, en 1996; la Alianza Rosada, en 2006; el PRM con la FNP et al, en 2019, y un largo etcétera.
La política es sumar y multiplicar, nunca restar o dividir, de ahí que ninguna alianza sea mejor ni peor que otra, pues procuran los mismos fines. El problema viene cuando la política se ejerce desde una lógica maniquea, bajo la cual, la lucha es decodificada desde un prisma de valores donde unos son superiores a otros, de tal suerte que los opuestos no construyen nada en su lucha, sino que destruyen todo, cuando uno trata de imponerse sobre el otro.
En esa lógica maniquea “la buena política” supone la existencia de una “mala política”, y, por tanto, quien actúa en nombre de la “buena”, lo hace porque rechaza las prácticas que ejercen quienes se identifican con la “mala”.
En la mecánica de las “alianzas”, “acuerdos”, “pactos”, “convenios” o cualquier malabarismo semántico que se utilice para intentar justificar una fotografía y su carga probatoria, lo firmado el pasado martes entre Opción Democrática y la Fuerza del Pueblo es perfectamente válido y legítimo, porque ni fueron los primeros ni serán los últimos. Eso sí, el acuerdo valida a Leonel, porque quienes le descalificaron usando feroces adjetivos, ahora se sientan bajo su bandera para buscar, a través de tratativas, lo que al parecer no podrían obtener en el terreno por medio del trabajo político, aunque eso signifique destruir el autoarrogado discurso de supremacía moral de Opción Democrática, al demostrar en los hechos que son un partido más del sistema, y que, en procura de votos, firmarían con quien sea con tal de asegurar aquellas plazas que consideran estratégicas.
Estas consideraciones no son legales, morales o éticas, que en política todo es legítimo dentro del marco del Estado de derecho; ni siquiera es estética o simbólica, porque no hay ni debería existir discusión en torno al acto político como tal. Es más bien una reflexión en torno a la futilidad de los discursos que reducen todo a blanco y negro, a bueno o malo, a nosotros y ellos… y no porque el gris sea bello o el centro necesario, sino porque cuando el ferrocarril de la historia inicia su regreso a Brest-Litovsk, los principios hay que dejarlos en casa, porque de lo contrario, llegados allí, estorban, y eso lo pensarán también muchos de los que creyeron que “la buena política” era diferente, hasta que se dieron cuenta que era la misma política de siempre.