PEREGRINANDO A CAMPO TRAVIESA
Pedro Arrupe, la cuarta sorpresa eclesial
Antes de concluir el Concilio Vaticano II (1962 – 1965), la muerte del Prepósito General, el belga P. J. B. Janssens, el 5 de octubre de 1964 urgía la convocatoria de la CG de la Compañía de Jesús para elegir a su sucesor e iniciar en la Compañía la reforma interna exigida por el Concilio. El 7 de mayo del año siguiente, cuando los congregados fueron recibidos en audiencia por el Papa Pablo VI, el provincial de Japón, Pedro Arrupe, estaba entre ellos. Esta Congregación General, la XXXI, se desarrolló en dos sesiones, la primera del 7 de mayo al 15 de julio de 1965 y la segunda, al año siguiente, del 8 de septiembre al 17 de noviembre de 1966 luego de la clausura del Vaticano II.
El régimen de vida de los Institutos religiosos debía acoger aquel espíritu e interrogarse por su fidelidad a las fuentes carismáticas que les animaban y por la pertinencia de su acción apostólica en el seno de las sociedades modernas. Esto se tradujo en la convocatoria de los “capítulos” –los órganos legislativos– de los institutos religiosos para acometer la renovación, en el caso de la Compañía, se trataba de la Congregación General.
Hay un dato importante para estimar el ambiente jesuítico del momento: cuando se convoca una Congregación General los jesuitas pueden enviar “postulados”, una suerte de proposiciones o peticiones a ser consideradas. Pues bien, la CG 31 recibió más de dos mil –cantidad insólita– y la mayoría de ellos solicitando la adopción de cambios.
Entre 1953 y1965 la Iglesia vivió cuatro sorpresas: Pío XII no nombró cardenal a Montini (1953); Roncally (Juan XXIII) fue electo papa “de transición” (1958); la convocatoria del Vaticano II (1959) y Pedro Arrupe fue electo general de los jesuitas el 22 de mayo de 1965. Le tocaba asumir “el proceso de reformas impulsadas por el Concilio”. La elección sorprendió a muchos. Arrupe no era una ficha del gobierno central de la orden, ni de la curia romana. Tampoco era un intelectual sino “un hombre de acción” proveniente del mundo de las misiones del extremo Oriente, tenía experiencia pastoral y organizativa y gran sensibilidad humana... pero no era posible ubicarlo como figura de continuidad respecto al pasado, ni parecía previsible su designación (Ver Vianna, 2008, “Pedro Arrupe: el sentido de un Centenario”).