enfoque
La graciosa turbulencia de la Iglesia Católica dominicana
El pasado fin de semana celebramos la Cuadragésimo Primera Asamblea Nacional de Pastoral, un encuentro dedicado a evaluar las prácticas pastorales de la Iglesia Católica en la República Dominicana. Transcurrió de la mano del Instituto Nacional de Pastoral, órgano de la Conferencia del Episcopado Dominicano, con la asistencia del pleno de sus obispos y aproximadamente 300 delegados de las diócesis del país y de las distintas comisiones de trabajo y realidades eclesiales de nuestra Iglesia.
Dinamismo eclesial
En el encuentro imperó una renovada puesta al día de la Iglesia. Se pasó revista al año pastoral que casi termina, marcado por el itinerario de evangelización en torno al valor de la honestidad, tema que fue acogido más allá de los enclaves pastorales y que logró hacerse un hueco en las discusiones sociales y políticas de nuestros espacios de opinión y de participación popular. Así las cosas, la honestidad logró posicionarse como un asunto relevante para hacer mayores demandas de transparencia y pulcritud en la gestión de los recursos públicos, así como la sinceridad, el sentido de justicia y el apego a la verdad que ha de brillar en quienes se confiesan creyentes en Cristo, que se identifica con la verdad y la justicia del Reino.
Las distintas pastorales o comisiones de trabajo dieron cuenta de un trabajo arduo, enriquecedor y vibrante, que correctamente entendían como un signo de la presencia de Dios en medio de su pueblo, un testimonio de lo que la Iglesia lleva adelante como parte de su compromiso con la transformación de la sociedad en función de los valores universales del evangelio: desde la llamada alegre y poderosa a seguir a Jesús dando el asentimiento de la fe, pasando por el testimonio de la caridad que se hace cercanía solidaria y generosa con los descartados de este mundo, hasta la promoción gozosa de un futuro promisorio y lleno de esperanza, que se vislumbra ya en quienes reciben el pan de la enseñanza, en los que se comprometen con la causa del Reino y en los hombres y mujeres de buena voluntad que arriman el hombro para ser parte del cambio en el mundo de hoy.
El Espíritu de la inquietud
Esta Iglesia está continuamente zarandeada por la fuerza del Espíritu Santo, que una y otra vez está haciendo modificaciones en toda ella. No es de extrañar que quienes no conocen en profundidad los dinamismos espirituales se sorprendan de los acontecimientos eclesiales, llegando, incluso, a ver en ellos señales preocupantes de crisis o, simplemente, de que algo no anda bien. Esa percepción tiene algo de verdad, pero no llega ser completa, debido a que, una y otra vez, Dios hace que nuestros planes se barajen, como dice nuestra gente. “El hombre propone, pero Dios dispone”.
Ciertamente, el factor sorpresa define la comunidad eclesial y su misión. El Papa Francisco nos alienta en la comprensión de esta realidad cuando su propia enseñanza extraña e inquieta a muchos, sobre todo a quienes quieren hacer de la praxis eclesial una sinfonía anacrónica, impropia, desfasada y caduca, centrada en cuestiones y realidades felizmente superadas.
La voz profética
Asistimos a una nueva expresión de la profecía, que sigue denunciando el mismo mal de siempre: la injusticia, la mentira y otros desmanes contra el imperio de la verdad, la idolatría y el culto a los nuevos y falsos dioses. La Iglesia dominicana de hoy es, más que voz, escucha del clamor del pueblo de Dios y de las alegrías de las misericordias divinas. La nueva profecía se hace cercanía y hechos antes que palabras y discursos; nos afanamos en asumir el desafío de una Iglesia samaritana, que hace de la proximidad evangélica su voz profética.
Esa voz profética es también más kerigmática. Está en el día a día de los oficios de los clérigos, en la vida pública de los trabajos seculares de los creyentes, en el saludo cotidiano de las muchedumbres dispersas en los sectores, campos, calles, escaleras y callejones de nuestro tejido social. Es que la voz de Dios es la voz del pueblo, lo que dice la gente humilde de fe y que nosotros, los pastores, con nuestros oídos puestos en el corazón de la Iglesia y tomando el pulso de la historia, desciframos como una palabra de Dios para nuestro presente.
La sinodalidad complicada
Estos dinamismos no son fáciles de entender, pero no podemos ahorrarnos el esfuerzo porque en modo alguno hemos de poner resistencias a la obra de Dios, que continuamente está impulsando a la Iglesia para su renovación y puesta al día. La tarea sinodal de caminar juntos y escucharnos requiere arrojo y determinación por parte de aquellos a los que se nos ha confiado el encargo pastoral de conducir la grey del Señor.
Seguramente los teólogos ven en esta realidad eclesial lo que pudiéramos denominar una sinodalidad complicada, porque no siempre es correspondida la invitación del Señor a estar unidos, a hacer de todas las gentes discípulos del Señor y a vivir una espiritualidad del encuentro que nos asegure a todos como hermanos y verdaderos amigos, como enseña el Papa en Fratelli tutti.
Integrar a todos es la misión de la Iglesia. Ese es el espíritu sinodal, que ahora pareciera provocar una turbulencia. Pero volvamos a los orígenes: se trata de una realidad inevitable teniendo en cuenta que la barca del Señor navega en las impetuosas aguas del mundo y, como si eso fuera poco, que el Espíritu del Señor también la agita y sacude sin medida para incitarla con sus mociones a remar mar adentro.
La Iglesia Católica en la República Dominicana vive un momentum provechoso, un nuevo kairós, un tiempo especial de gracia que reposa en la visión de nuestro principal instrumento de implementación pastoral, que es el Tercer Plan Nacional de Pastoral.
El autor es obispo de la Diócesis La Altagracia