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PEREGRINANDO A CAMPO TRAVIESA

Junto al P. Arrupe viajaba el Japón

Pedro Arrupe fue nombrado Vice – Provincial del Japón el 24 de marzo de 1954. Inició viajando por Occidente “para dar a conocer la obra de la Compañía de Jesús en aquel país y recabar fondos para las obras de la iglesia nipona” Su carta de presentación fue el libro “Yo viví la bomba atómica” en el que relataba “la pavorosa experiencia de Hiroshima”. En su viaje a La Habana, mi padre y un grupo de amigos, miembros de la Congregación Mariana, Agrupación Católica Universitaria, conversaron con él.

Siendo Superior Provincial, Arrupe animaba a todos los jesuitas misioneros a dejar de lado sus maneras y costumbres occidentales para adaptarse de lleno a la cultura japonesa. Su meta era que los japoneses “pudieran reconocer en el rostro de Cristo y de su Iglesia, los rasgos japoneses de su ancestral deseo religioso” Arrupe quería hacerse todo a todos, siguiendo las huellas del apóstol Pablo (1ª Corintios 9, 20 – 22). Algunos jesuitas respondieron a este desafío. Otros habían viajado a Oriente, pero seguían presos de sus atavismos occidentales.

Arrupe recorría el mundo con la intención de entusiasmar a muchos jóvenes jesuitas a ser misioneros en aquel Japón que se levantaba de las ruinas de una derrota militar y moral de la Segunda Guerra Mundial. La misión de los jesuitas en el Japón se vio fortalecida durante la gestión de Arrupe con jesuitas originarios “de más de treinta países.”

El Padre, General jesuita Juan Bautista Janssens, falleció 5 del octubre 1964. Desde hacía años, particularmente luego de la Primera Guerra Mundial en muchos sectores de la Iglesia Católica y también en la Compañía de Jesús se vivía el malestar de no estar respondiendo a los retos que la sociedad moderna planteaba a la fe. Ese fue uno de los factores que movió al papa Juan XXIII a convocar el de 1959 el Concilio Vaticano II.

¿Qué prioridades serían las de la próxima Congregación General? Para algunos, la misión de la Iglesia y la Compañía era restaurar la cristiandad, construir una teocracia terrena de moral rigorista y estatus privilegiado para la jerarquía. Para otros, el reto era salir al encuentro del mundo moderno, pasando “de la condena al diálogo”.

(Voy comentando a Mikel Viana, “Pedro Arrupe: el sentido de un Centenario 286 Revista Internacional Estudios Vascos. 53, 1, 2008, 277-303).

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