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SIN PAÑOS TIBIOS

Sin principios no hay finales

Apócrifa o no, la cita de Groucho es digna de él: “Estos son mis principios, y si no les gustan, tengo otros”. Y viene al caso porque no deja de maravillar el pendular de la historia, o de cómo los extremos se alejan, y luego uno se impone sobre otro hasta que alcanza su punto de equilibrio y cruza el umbral de inflexión para, —irremisiblemente— desandar lo andado y dar paso al otro extremo y sus discursos; entonces el ciclo se repite, y así, de tanto en tanto, vamos progresando.

A pesar de toda la incertidumbre y desazón que hoy nos rodea, la humanidad avanza a pasos agigantados. Tengo fe en ella no por lo que veo o siento, sino porque intuitivamente vislumbro la mecánica pendular que nos hace caminar hacia adelante, de tal suerte que, sin importar qué tanto retrocedamos, a largo plazo avanzamos.

Así, pasamos del siglo de las ideologías al de la banalidad extrema ¡en apenas tres décadas! Cuando se lee sobre una civilización (Egipto, China, Roma, da igual) se pasan por encima los años como si no pesaran nada, sin embargo, en retrospectiva, cuando dentro de unos siglos lean sobre nuestro tiempo, lo verán como otra página del libro de la historia escrita por unos pretenciosos que se creyeron ser los últimos hombres...

Hace apenas breves décadas las ideologías lo eran todo, y el mundo se dividía en función de ellas, de tal suerte que cada quien no sólo entendía que tenía la razón, sino que el otro estaba equivocado. Todo eso quedó atrás, estamos viviendo una era voluble —“líquida”—, en la cual la única certeza es acumular riqueza. Atrás quedaron valores, creencias y principios; todo quedó tan lejos, sólo que hay varias generaciones que vivieron el cruce por la bisagra temporal del cambio de época, y por eso cuesta tanto entender el proceder de aquellos que pregonaban a los cuatro vientos una verdad, y hoy ni siquiera se toman la molestia de renegarla, simplemente actúan de espaldas a ella. Quedan pocos referentes que puedan enseñar con su ejemplo cómo vivir la vida desde la lógica de unos principios, que, sin importar cuáles sean, una vez fueron comunes y universales para un inmenso colectivo planetario.

Con el fin de las ideologías lo primero que se puso en venta fueron las ideologías. En el triunfo del capitalismo está la semilla de su derrota; liberadas las fuerzas de un consumismo obsceno, la insostenibilidad ambiental le hará naufragar inevitablemente. La economía vuelve y plantea su dilema irresoluble: con recursos limitados y necesidades infinitas, el descontento llegará, y con él, el cuestionamiento; entonces el péndulo hará su magia... a menos que la hiper conexión finalmente nos embote los sentidos y la crítica, y terminemos dándole “likes” a los videos del colapso de nuestra civilización.