En salud, arte y sociedad

Oración por la paz y el amor

La paz: herida blanca en la hondonada del cielo.

En ráfagas la muerte lanza lavas. Incubada en odios ancestrales, no muere la muerte. Cae sobre piedras donde el perfil del amor fue tallado, relieve en el cual desvanecieron sus rasgos.

Frente a mi, en cambio, rasga la sangre blanca la atmósfera. Desde lejos trae, líquido, su marasmo de olas turquesa. Aves cuyas alas empotradas auguran las mañanas salobres. Perdieron el camino, seducidas por la luz y petrificadas, desvanecieron. No hay juglares que quieran cantarlas, tampoco quien prefiera verlas. Los ojos seducidos que las espoleaban al alma vararon en placeres ciegos, el dejar de existir, las noches de poder y codicia, el olvido. Quedan, entonces, sujetas a los designios del viento. Las empuja impredecible hasta que también son blancas y fugaces heridas del agua. Un inmutable ir y venir. Asumen el ciclo de los huracanes y construyen las rutas de los vendavales. Y de los días soleados. Sin pena habitan las hojas y el otoño. En las pencas de los cocoteros y en las respiraciones presentan su testimonio de danzas perennes. En tus palabras construyen el refugio que elude el terror. Esta mañana tanta belleza parece sarcasmo. Paz, remanso de esplendores. Póliza del amor de Dios. Allende los mares, al contrario: destrucción y muerte. Infiernos aldabeando con fuegos los tejados. Gente sucumbiendo, llenando sus ojos de oquedad, sin lágrimas blancas irrumpiendo en sus dormidas eternidades. Desterrada, sin lluvias, rezumando. Sin olas, rasgaduras blancas, lienzo marino lacerado. ¡Mundo de suertes y desdichas!

Sobre él piso. Agradecido y triste, trovo. Compungido y feliz. Indignado y gozoso.

Ante tanta adversidad, agradezco y acorazo la belleza. Este lugar apacible. Tus manos que lo modelan y entregan. Lleno, por eso, la superficie del día y digo Espero que siempre así continúe. Que mejore, mejor. Que la violencia del fuego que acecha entre ríos y zanjas jamás embista estos jardines. En ellos los días nacen, son trozos del anhelo. Plenitud solar. Y las manos gestan lo imposible. Los balcones entonan barcarolas de cristal y esmeraldas. Pido que la luz centelleante se abduzca en sus ojos. Que la anuncien esos sonidos sordos que flotan plomizos en la luz y sus tonos. Invoco, quedo obligado a decir ¡Qué día maravilloso! Las pupilas, a festejar. Desde este ventanal la luz se está narrando. Ante tan limpio destino, ¿cómo es posible que estallen bombas y fuegos? La muerte, ¿puede morir?

Para ello canto, invariable, reinventándote. Desde la raíz a las ansias. Puedes traer bendiciones o llegar imprecando. Proveer o castigar. Entre pequeños infiernos, súcubos danzando y misiles arrojando muertes por doquier. O en el verdor intenso de hojas y plantas. El color cursi de flores, de bosques. En la preñez dichosa del labrar. Respondiendo sólo al enigma cíclico de las eternidades; reconstruyéndote sin falta ni final, re entronando los albares; abriéndote paso en las fugaces heridas que surcan los aires, en las viajeras alas sobre el marino añil. Así serpenteas dichosa alrededor de nosotros. Hoy, aquí, gozoso te estoy entonando.

Para que la violencia jamás nos alcance. Y nuestro día permanezca luminoso y feliz.

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