El niño y el manatí
Había una vez un pequeño llamado Esteban que se hizo amigo de un manatí: un animal marino rechoncho, de color gris azulado, y con cola plana, que vive en la isla desde la época de los taínos.
Se lo encontró una tarde, cuando fue a buscar conchas a la Bahía de Montecristi.
—¿Cómo estás?—, le preguntó el manatí cuando lo vio, mientras con su cola salpicaba toda el agua.
Esteban se sorprendió. ¡No sabía que los manatíes hablaban!
—Estoy bien, señor manatí. ¿Hay algo en que pueda ayudarle?—, le respondió el niño al animalito.
—¡Muchas gracias! Mi nombre es Pepe. Necesito ayuda para buscar a los otros manatíes. No los encuentro desde la mañana y ya se acerca la hora de la comida—, dijo inquieto, el manatí.
Entonces, como si aquel animal fuera un caballo, Esteban subió al manatí y juntos salieron por el agua cristalina en búsqueda del resto del grupo.
Desde el lomo de su nuevo amigo, Esteban vio toda clase de animales del mar. Tortugas carey que los saludaban mientras jugaban una partida de dominó; estrellas marinas que les sonreían con amabilidad; peces plateados, rosados, azules y rojos que formaban un triángulo, y una familia de cangrejos que por allí pasaba.
Luego de algunas horas, Esteban y Pepe todavía no encontraban a los demás manatíes. Fue ahí cuando Pepe, decidió preguntarle a una garza real que por ahí pescaba.
—¿Manatíes?—, les dijo el ave que parecía estar muy ocupada en su trabajo. —A ver... El viernes vi manatíes. El domingo vi manatíes… pero hoy no he visto manatíes. Pregúntenle al lambí que siempre anda por estos lados.
Así lo hicieron.
Alcanzaron a ver un gran caracol rosado que les dijo que había visto a diez manatíes jugando a las escondidas cerca de los manglares. —¡Al fin los encontraré!—, dijo Pepe con una hermosa sonrisa.
Entonces los dos amigos siguieron su viaje hasta encontrar lo que tanto buscaban. ¡Un grupo de manatíes grandes y pequeños disfrutando bajo la sombra de un manglar rojo!