A las puertas del infierno

Con más de la mitad de su población viviendo en pobreza extrema, sin alimentos ni atenciones de salud, atrapada en un círculo de violencia y muerte, Haití es hoy una tierra infernal.

Hacia ella confluirán, pronto, los contingentes armados de más de una docena de países, entre ellos africanos, con el claro mandato de ponerle fin a las bandas que se han repartido su territorio.

Restaurar la paz tendrá un alto costo en vidas, una elevada inversión para el mantenimiento de las tropas y mucho más, todavía, para promover una reactivación de su economía, que será lo prioritario una vez que el conflicto armado se considere superado.

De manera preliminar se calcula que la operación de intervención exigirá unos 400 millones de dólares, y aún es muy temprano para estimar cuánto costarían las fases subsiguientes: la recuperación del sistema democrático y la rehabilitación de la economía.

Como se ve, se trata de tres difíciles desafíos los que les esperan a los países que han comprometido fuerzas armadas para intentar apagar el volcán de sangre y fuego que hizo erupción en Haití.

Las ondas expansivas de esas tensiones y agonías que traerán las confrontaciones de tropas y civiles armados se sentirán en la República Dominicana, de múltiples maneras.

Por eso es indispensable hacer la mayor apuesta por la seguridad interior, en razón de que aquí viven millares de haitianos, indocumentados o no, que no serán indiferentes a los efectos que produzca la “limpieza militar” que se presagia.

Los servicios de inteligencia del país deben afinar un diseño contra posibles reacciones locales de haitianos que, heridos en su orgullo nacionalista por la intervención extranjera, protestarán o la resistirán.

Si acaso las bandas armadas haitianas, tal como lo hicieron las guerrillas o los grupos paramilitares en países latinoamericanos, tomaron la “precaución” de instalar enclaves de apoyo en el país, entonces la tarea de reforzar la seguridad interna cobra más pertinencia y prioridad.