SIN PAÑOS TIBIOS

El resentimiento como política pública

El resentimiento es una de las armas políticas más eficaces. Marañón lo diseccionó con Tiberio, porque detrás de la biografía de todo tirano siempre lo encontraremos. Es curioso que Gregorio Magno no lo invocara en su lista de pecados capitales... quien busca la purificación casi siempre se siente impuro.

Esa desazón que carcome por dentro, cual llama que arde, tanto quema la tranquilidad de quien la sufre, como le impulsa a cometer cualquier acción para apaciguarla.

Quien lo padece entiende que todo el mundo le debe algo, porque, en definitiva, su sufrimiento es responsabilidad (real o imaginaria, por acción u omisión) de alguien, ya sea un individuo, familia, grupo, sociedad o país. Lejos de superar el evento o de encarar las consecuencias del agravio, el resentido no pasa la página, sino que se delecta en leerla una y otra vez para volver a sentir el dolor y recordar el agravio, en un bucle sin fin que se alimenta de sí mismo.

Como todo demonio, siempre logra disfrazarse y usa etiquetas para identificar y señalar el objeto de su odio, al amparo de sustantivos que se reciclan con el tiempo (“enemigos del pueblo”), se inventan (“kulakí”) o se resignifican (“la casta”), etc.

En estos tiempos de corrección política y dictaduras de minorías, el resentimiento se viste de reivindicador y se arroga la función de saldar a golpe de leyes o decretos los pendientes económicos y sociales que el sistema no ha resuelto.

Quien traduce su resentimiento en políticas públicas, busca la materialización de su objetivo último, esto es, vindicar sus rencores y frustraciones, y casi siempre encuentra afines en esta tarea; la vida une a los iguales y a los resentidos también. A falta de un marco ideológico que les permita dirigir su odio contra nobles, señores, burgueses o enemigos del pueblo, lo dirigen contra los sospechosos de siempre en todas las épocas: los ricos.

Nada hace sentir tan bien a un resentido como decidir el uso que el otro debe darle a su dinero o castigar el producto de su trabajo. En este tiempo de riquezas estratosféricas se desdibuja adrede la razón de ser de los impuestos, y, entre hacer que los que más tienen paguen más o simplemente castigarles por su riqueza obscena, va primando lo último, y no precisamente para equilibrar cuentas fiscales.

El desafío es tener en vista y en alerta aquellas medidas impulsadas por políticos que, en aras de un falso sentimiento de justicia social, lejos de hacer la autocrítica que les señalaría como responsables del estado de desarrollo de una sociedad, apuestan por endosarle la carga a quienes ellos entienden que son los culpables de todos sus males, porque al final, una clase sustituye a otra -la naturaleza y el orden social repelen el vacío-, y una vez que lo logra, hará todo lo que esté a su alcance para mantenerse.