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La verdad sobre la mentira

“La humanidad tiene necesidad de la verdad; pero tiene aún más necesidad de la mentira, que la adule, la consuele, le dé esperanzas ilimitadas. Sin la mentira, perecería de desesperación”. Anatole France. Escritor francés.

¿Qué pasaría si un día te levantas y todas las personas con las que interactúas te dijeran todo lo que piensan de ti? ¿Cómo te sentirías? O ¿Cómo se sentirían esas personas si tú le dijeras todo, absolutamente todo lo que piensas de ellos? ¿Crees que conservarías las mismas relaciones?

Aunque no creo en absolutismos, puedo afirmar que la mentira es un mecanismo de defensa que usamos todos los seres humanos para sobrevivir y evitar conflictos. Si necesitan comprobarlo, hagan el experimento anterior o bien háganlo mentalmente. Las consecuencias serían devastadoras para ambas partes. La idea de que decir siempre la verdad como estrategia ética, se desvanece cuando nos dicen la “verdad” a nosotros mismos.

Desde un punto de vista positivo, el mentir nos ofrece la oportunidad de mostrar empatía cuando evitamos no herir los sentimientos de los demás o preocuparlos innecesariamente.

Hay personas que niegan la parte positiva de la ocultación y tienden a “cantar sus verdades” o su excesiva sinceridad diciendo que es necesario “por el bien del otro”, justificándose bajo el epíteto de ser personas íntegras y honradas.

No han considerado que la verdad al igual que la realidad es un constructo personal sobre lo que tiene valor o signifique las situaciones que vivimos cada persona; no necesariamente es la percepción de todos y mucho menos de la persona que la escucha. Expresar opiniones personales en honor a la verdad acabaría hundiéndonos a todos en la tristeza y restaría posibilidad de generar el optimismo necesario para la realización personal.

Por igual, bajo el efecto de una disputa solemos gritarle las “tres verdades a cualquiera”. La emoción desatada solo logra que perdamos la capacidad de autocontrol y tiene más implicaciones egocéntricas que de verdadera ayuda. En el fondo lo hacemos por nuestras propias necesidades psicológicas o para aliviar la acumulación de energía interna haciéndonos perder toda capacidad de disimulo. En resumen, lo hacemos por nuestro beneficio propio consciente o inconscientemente. Graduar información en función de las circunstancias es parte de la inteligencia interpersonal.

Pamela Meyer especialista en psicología de la mentira, afirma que desde temprana edad comenzamos a mentir para eludir los problemas o no ser castigados. A través de sus investigaciones pone en relieve que los adultos mentimos entre 40 y 100 veces al día. Según los resultados analizados, estas cifras aumentan aún más cuando se trata de relaciones, porque cuando conocemos a alguien –el momento en el que cimentamos la imagen ante el otro– podemos alcanzar la prodigiosa velocidad de tres mentiras cada diez minutos.

Mentir es mentir. No importa el color que le pongas o si las mentiras son piadosas o no. Todos mentimos sin intención o con ella.

Mi conclusión me plantea un pensamiento paradójico, si el embuste es necesario para la sobrevivencia, ¿por qué elogiamos tanto la sinceridad? ¿Por qué tan pocas personas defienden la mentira, la base que sustenta nuestras relaciones? Cualquiera que sea nuestra respuesta hagamos el compromiso de pensar un poco antes de soltar “nuestra verdad a cualquiera”.

La autora es entrenadora internacional de Programación Neurolingüística.