En salud, arte y sociedad
Willy Pérez: la autoconstrucción artística
La transformación de una persona o pintor en artista es un proceso personal efecto del empuje que desde unas potentes fuerzas interiores signadas por razones auténticas reciben los creadores hasta hacerlas definitorias de sus formas perceptivas, intelectivas y expresivas, al punto que devienen características de sus resultados estéticos.
Esas energías físicas y “espirituales” permanecen latentes hasta constituirse en destino, en ese “para esto he nacido”: final inexorable, similar a la identidad genética que propicia la evolución de las larvas en mariposas.
Millardos de miradas, pinceladas, mezcla de colores, paisajes vistos, libros, conversaciones, agrados y rechazos dejan su extendido trazo en una ruta sináptica que eclosiona en ese punto donde el artista viene a ser él mismo, sin otro que lo iguale, sin igualarse a algún otro. Me honra haber atestiguado, durante más de treinta años, el fluir de ese conjunto de inquietudes y saltos, búsquedas, incorporaciones, abandonos, recuperaciones e inquietudes que ante la tela y el concepto arte experimentó un artista nacional: Willy Pérez.
Él ha gravitado con tanta pasión en nuestro arte, ha ejercido un activismo tan intenso y, si se quiere, tan incansable, que es imposible continuar vinculándolo a su progenitor, el maestro Guillo Pérez, de cuyas manos recibió las primeras mieles del arte como acompañamiento familiar en el taller y, por su calidad de niño, como divertimento.
Guillo y Willy son dos entidades artísticas distintas. Racional y conceptual el padre; emotivo y testimoniante el hijo.
Representan dos formas de asumir el arte. Como Willy Pérez lo hace, establece una identidad indudable y, a la vez, una retícula basal diferenciadora.
El concepto de ambos sobre el arte los une; el modo de sentir-pintar los diferencia.
Willy Pérez va y viene hacia y desde los temas legados por su padre: paisajes, flora y sociedad, para erosionar de ellos el sentido trágico y dramático para imponiéndole otro: vital y festivo.
En Guillo Pérez la obra tema termina siendo idea; en Willy Pérez, celebración y no cualquiera, una emocionada y libérrima.
A diferencia de su padre, en quien la geometría lineal sostenía y organizaba los contenidos, en Willy hay otra geometría, la del plano, además cromado. El vástago la recogió de la experiencia de Piet Mondrián hasta incluirla como clave y recurso rector —aunque oculto— de sus composiciones aparentemente anecdóticas, ciertamente estructurales.
El sentido nacional de sus temas (paisajes, acuarios, bateyes, musáceas, caseríos de las riadas, ciudad…) lo emparenta a su padre; lo diferencia la pasión expresiva y el cromatismo intenso. Caracterizan a Willy los gestos amplios y las pinceladas libres y pastosas; también la principalía de colores primarios y secundarios; la tierra, las aguas y el cielo, inmanentes.
Con los años, la obra de Willy Pérez incrementó en destreza y ética: hablamos de calidad pictórica creciente. La verificamos en los materiales y, más que en ellos, en la factura: evidencia de un proceso pictórico normado por la destreza e intensión de riqueza visual: divertimento que acentúa, opone, “apone” y desarrolla colores y tonalidades sobreponiendo trazos o estableciendo ritmos, sentidos y fuerzas.
Maduro, Willy Pérez entrega una obra personal llena de calidades y emocionado sentido nacional.