POLÍTICA Y CULTURA
Las fronteras y el respeto mutuo
A propósito del coraje y dignidad con los cuales el presidente Abinader ha encarado en estos momentos, la crisis generada por el intento de desviar las aguas del Rio Masacre, violentando la base legal de los tratados, irrespetando la soberanía dominicana de parte de las autoridades haitianas, me parece interesante recrear algunos conceptos expuestos hace algunos años por el filósofo francés, Regis Debray, sobre el valor de las fronteras en el mundo en que vivimos. Lo que parece de entrada una apostasía, reviste en la praxis una noción de enorme valor conceptual. Dice Debray, “que el mundo actual, cuanto más se unifica en términos económicos y tecnológicos, más se divide en términos culturales y políticos. La globalización no se impone a las idiosincrasias culturales: si una gran empresa tecnológica me globaliza, me convierte en un mero cliente o consumidor, algo dentro de mí se rebela porque yo no soy sólo eso. Soy también mi identidad, mi lengua, mi territorio…”
“Una frontera viene a ser entonces como la piel humana porque la piel no es un muro sino un filtro que regula los intercambios entre lo de dentro y lo de fuera; un mundo sin dentro y sin fuera es abstracto, no colma los anhelos de un ser humano, que necesita tener un orgullo, una estima de sí. La frontera es, por tanto, la piel de las sociedades. No va a ser borrada por los intercambios comerciales; el dinero no tiene fronteras, pero el ser humano sí, por mucho que vivamos en una religión o superstición economicista”.
“Todo lo contrario. Una frontera no es un muro, sino un pasaje regulado, que permite ir y volver, es el reconocimiento mutuo de una soberanía. Son los imperios los que no quieren fronteras, pretenden estar como en su casa en cualquier lugar del mundo, y con imperios me refiero tanto a los capitales financieros como al fanatismo religioso, que no reconocen al otro como ser diferente. La frontera es la civilización, la igualdad. Si yo soy débil y mi vecino es fuerte, una frontera reconoce nuestra igualdad de derechos y consagra el respeto mutuo. Es, al mismo tiempo, puente y puerta (cerrada). En sí misma, una puerta no está mal: si tienes un apartamento sin puertas, para no quedar expuesto a la ley del más fuerte no te queda más remedio que convertirlo en una fortaleza…”
“Lo quieran o no, el proyecto europeo, como entidad político-cultural con una pretendida identidad frente al resto del mundo, está falleciendo, lo cual crea un enorme desencanto y alienta la vuelta del nacionalismo, y éste no es sino un efecto bumerán del “sin fronterismo” descarnado, sin nada existencial, sin memoria, que es incapaz de llenar los corazones ni las vísceras. Es entonces cuando uno vuelve los ojos a la religión de sus antepasados o al nacionalismo, para llenar ese vacío afectivo”.
“Hay un hecho antropológico, casi biológico, que no conviene olvidar aunque nos resulte incómodo. Cuando juntas en un espacio muy reducido, por ejemplo en los campos de refugiados de Calais, a personas de diferentes tradiciones, son inevitables los enfrentamientos, no pueden soportarse. Entre el mono culturalismo, que es tribal, y un multiculturalismo sin un Estado central que establezca derechos y deberes, debe haber una fórmula intermedia, y la frontera es la mejor que conocemos”.