SIN PAÑOS TIBIOS
Reflexiones distópicas
Vivimos en una bisagra temporal que media entre dos épocas. Una de certidumbres ideológicas, que murió, y otra que aún no nace, en la que sus marcos mentales se reconfigurarán a partir de las posibilidades infinitas de comunicación e interacción social que nos brindará la hiper conectividad. La pesadilla orwelliana no necesitó de un partido único, hoy el Gran Hermano somos todos nosotros, que nos delectamos, más que en saber sobre la vida de los otros, al exponer la propia a los demás. Al ritmo que vamos, los organismos de espionaje se quedarán sin trabajo y lo que no pueda hacer un observador de redes, lo hará un algoritmo, o mejor todavía, la inteligencia artificial.
Mientras se adviene la singularidad tecnológica, el poder se niega a morir y recurre a las herramientas que tiene a mano. La verdad no sólo puede ser manipulada, sino que, mucho mejor aún, puede ser creada a la medida; la verdad es una cuestión sensorial que se ajusta más a la percepción; el relato con aspiración de dominio se antoja único mientras se replica múltiples veces por distintos canales e individuos (reales o no) hasta convertirse en auténtico.
La virtualidad sustituirá a la realidad, pero en diferentes niveles y tiempos; mientras el mundo real esté ahí, como el dinosaurio aquel, las leyes inmutables decretarán su movimiento. Antes que nosotros existían las propiedades físicas y químicas de los elementos; la historia de la humanidad ha sido un descubrir lo que existía pero que estaba oculto. Acumular ese saber, preservarlo y transmitirlo, siempre fue el desafío, pues, si bien es cierto que el conocimiento es poder, alcanzarlo sin merecerlo no permite valorarlo.
Nunca como ahora la humanidad había tenido acceso a tantos conocimientos de manera abierta, universal e inmediata. Los arcanos que antes eran patrimonio de pocos y cuya posesión aseguraban una condena a la hoguera, están todos ahí, al alcance de la mano, a un “clic” de distancia. La internet es la herramienta más poderosa de la historia y, sin embargo, justo cuando más sabemos, actuamos como si lo ignoráramos todo.
¿Qué sentido tiene la posibilidad de conocerlo todo, si damos la espalda a lo aprendido, si rechazamos las enseñanzas de la historia, si renegamos las conquistas intelectuales y jurídicas hechas por quienes nos precedieron? Justo cuando tenemos la posibilidad de calcinarnos - si así lo quisiéramos -, bajo el fuego que Prometeo robó a los dioses, damos la espalda al resplandor del conocimiento y decidimos regodearnos en la ignorancia, la autocomplacencia y los “me gusta”.
Tenemos que encontrar esas respuestas, porque si perdemos la oportunidad de ser mejores ciudadanos, el poder no perderá la oportunidad de sojuzgarnos.