PEREGRINANDO A CAMPO TRAVIESA

Aldred Delp. S.J., la actualidad de su pensamiento

Copio unos párrafos de los apuntes de Delp escamoteados de su celda: “Entre las conclusiones claras de nuestra teología fundamental y las de intuiciones del corazón de los hombres se interpone el gran muro de la abundancia… Con nuestra manera de vivir hemos hecho perder la confianza de los hombres en nosotros. Dos mil años de historia son ciertamente una bendición y una recomendación, pero también son un lastre y un grave obstáculo. En los últimos tiempos, el hombre cansado no ha encontrado en la Iglesia más que a otro hombre igualmente cansado, el cual, por si fuera poco, añadió una falta de honradez, disimulando así su cansancio con palabras y gestos piadosos. La futura historia crítica de la cultura y del espíritu se verá obligada a escribir amargos capítulos sobre la colaboración de las iglesias en la aparición del hombre masificado, del colectivismo, de las formas dictatoriales de dominio, etc.

…Si las iglesias vuelven a exigir de la humanidad la aceptación de la imagen de un cristianismo marcado por disputas internas, no tienen nada que hacer…

En el futuro, el destino de las Iglesias no dependerá de la inteligencia, la sensatez o la capacidad política de sus prelados y dirigentes. Dependerá más bien, del retorno de las Iglesias a la diaconía, al servicio de la humanidad, un servicio que debe responder a las necesidades de los hombres, no a nuestros gustos ni a las costumbres de una comunidad eclesial por muy probada que sea. –El Hijo del hombre no ha venido para que lo sirvan, sino para servir--- (Marcos 10, 45)…Nadie creerá en el mensaje de la salvación y del Salvador mientras no nos comprometamos, hasta dar la vida en el servicio de los hombres en necesidad, física, psíquica, social o económica, ética o de cualquier tipo” (Delp, 2012, Escritos desde la prisión, 107- 108).

En 1970, con 25 años, intentaba aprender alemán en un cursito de seis semanas en Múnich. Sin saberlo residía en Pullach, donde había estudiado Delp. Cada grupo de aprendices jesuitas de diez naciones presentó un número. El Rector de la casa me felicitó por mi interpretación de una pieza a bongó. Me tomó cincuenta años descubrirlo: ¡era Franz von Tattenbach, S.J., el compañero del P. Delp ante quien pronunció sus últimos votos con las manos esposadas!

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