Historia de dos ciudades
Érase una vez en una isla del Caribe resaltaban dos polos de desarrollo equidistantes localizados en la zona fronteriza de la República Dominicana; uno ubicado al norte en la provincia de Monte Cristi y otro situado al sur del país en la provincia de Pedernales.
Reconocidos por la población como Manzanillo y Cabo Rojo, estos dos polos fueron durante décadas motores de la economía local creados a partir de la inversión extranjera que se asentó al tomar en cuenta las características y la vocación del suelo, para fomentar actividades productivas que generaron beneficios económicos para sus inversionistas.
Es así como en Manzanillo se asentó la Grenada Company aprovechando tanto el potencial agrícola de los suelos localizados en la provincia de Monte Cristi, como la salida al norte que le permitía exportar con facilidad toda la producción de banano y sus derivados.
A cuatrocientos kilómetros de distancia, bordeando la costa del Mar Caribe se localizó en Cabo Rojo la Alcoa Exploration Company, en una zona con alta riqueza minera conectada a una infraestructura portuaria que le permitió exportar durante años la bauxita extraída del territorio.
Ambas inversiones apoyaron la construcción planificada de ciudades con todos los servicios y las facilidades para albergar la fuerza de trabajo necesaria que suplía las necesidades de recursos humanos para ambos polos de desarrollo.
Esta inversión privada fue clave para impulsar el bienestar de la población originaria, la cual vio florecer sus comunidades y encontrar razones para no salir de su territorio.
Décadas después de este esplendor ambas ciudades vieron desvanecer esa nube de prosperidad que cubrió durante años cada rincón de sus comunidades, pasando a convertirse en territorios precarios, sin empleos, sin oportunidades, con deficiencias en los servicios y con una población desilusionada.
Luego de años de incertidumbres y frustraciones, la esperanza ha vuelto a surcar las calles de estas ciudades; acompañado de una propuesta lidereada por la presente administración que se propone rescatar la zona fronteriza de la República Dominicana del rezago histórico que ha deteriorado las posibilidades de residir en este territorio y hacer de este espacio una región de oportunidades.
En esta ocasión, tanto Manzanillo como Cabo Rojo, se inscriben en una propuesta gubernamental que apuesta por el desarrollo de estas ciudades a partir de la inversión pública para construir la estructura donde se localizarán las nuevas actividades en atención a la vocación de cada territorio; este primer paso del gobierno garantiza que el beneficio económico y social de estas iniciativas impacte de manera directa a la población residente, de la ciudad y de toda la región.
En la actualidad los avances son notorios, la efervescencia de quienes residen en estas dos ciudades es contagiosa; sus relatos de añoranza sobre aquellos tiempos que fueron buenos y que hace años se fueron, hoy han resucitado y su esperanza esta acompañada de los proyectos que cada día se ejecutan como resultado de una planificación que impulsa el desarrollo ordenado de regiones conformadas por ciudades estratégicas, tomando en cuenta los errores históricos cometidos en otras localidades del país para hacer de estos polos un oasis que beneficie la población residente y contribuya al desarrollo de toda la nación.