OTEANDO
Dueños
Hicieron su foro exclusivo. Estructuraron una ficción que llamaron Estado, y otra que llamaron Democracia. Edificaron su propia dársena a la que llamaron Constitución, fiel aseguradora de su statu quo que, a su vez, pario las afamadas ilusiones semánticas del “Estado Constitucional” y la “Democracia Liberal”. Por fin, la trama estaba ensamblada: empezaron a aparecer conceptos tales como “dignidad”, “desarrollo”, “crecimiento”, “índice”. Y vieron que era bueno. Entonces nos crearon las “instituciones políticas”, mismas que abonaron los espejismos de “libertad”, “igualdad” y “justicia”. Y vieron que era bueno.
Sintieron la necesidad de crear medios eficaces para hacer retornar a sus arcas el instrumento de cambio utilizado para entretenernos en la creencia de que obtenemos ganancias. Y fue así como crearon el llamado “sector financiero” y sus “instituciones crediticias”. Y vieron que era bueno. Afianzaron en nosotros la idea de “sociedad”, en la cual nos relacionamos, en inacabable cotidianidad, unos y otros; y nos mantenemos ocupados en una laboriosidad pagada con moneda de transitoria propiedad, pues nos la entregan apenas si para manosearla un rato. De inmediato hay que salir corriendo, a llevarla a sus lugares de acopio (tiendas, supermercados, farmacias, etc.) Y vieron que era bueno.
Entonces empezó a hacerse valer un concepto llamado “Estado de derecho”, garantor de que cualquier medida o acción debe estar sujeta a una norma jurídica y compromete en su observación a todos los ciudadanos y, solo “excepcionalmente” nos será suspendido. Pero, a este concepto le hacía falta algo así como su correlato. Y fue así como surgió una parcela social diferente, habitada por seres “distintos”: los seropositivo, desempleados, mendigos, los encarcelados, etc. En esta parcela se vive en Estado de excepción permanente, lo raro aquí es acceder a algún “derecho”; su principal utilidad es constituir un espejo en el que podamos vernos y sentirnos especiales.
En ese esquema, nos sorprende cada amanecer: asistimos al trabajo, formamos familia; en fin, vivimos las ilusiones de la libertad e igualdad social que nos promete el Estado de derecho, olvidando que somos propiedad. Nuestros dueños son un reducido grupo en todas las latitudes. En nuestro país fueron, en un tiempo, 37 familias, pero se han reducido solo a una. Supuestamente, los purificadores de agua les vendieron, los que fabricaban leche les vendieron. Compraron hasta los colmados. Y hay casos en los que les compraron y los dejaron administrando los negocios: en “La dialéctica del amo y el esclavo”, los vendedores, como buenos cristianos, tomaron su cruz, se negaron a sí mismos y le siguieron.