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PEREGRINANDO A CAMPO TRAVIESA

Rupert Mayer enfrentó las mentiras y la violencia nazi

Luego de la Primera Guerra Mundial, en 1921, Rupert Mayer, S.J., dirigió la Congregación Mariana (actualmente, Comunidad de Vida Cristiana) de Múnich.

Ya en 1923 Mayer sabía que Hitler era un charlatán. El P. Mayer debatió en una cervecería de Múnich: ¿podía un católico afiliarse al partido nacional - socialista (nazi)? Al responder negativamente, le acusaron de ser amigo de los judíos. Se salvó por los pelos de los palos.

Mayer condenaba en público las violaciones al concordato de 1933 y las mentiras de las “bocinas” nazis en los periódicos: “No crean nada de lo que dice la prensa en cuestiones ético-morales. No presten atención a nada de lo que afirmen sus propagandas. Tenemos pruebas que nos bastan para quitarnos toda la fe en la actual prensa alemana.”

Hitler era canciller en enero de 1933. Desde la céntrica iglesia de San Miguel, Mayer denunciaba los abusos nazis. El 16 de mayo, 1937 la Gestapo le prohibió predicar en público, pero Mayer continuó dentro de la iglesia.

El 5 de junio fue arrestado, duró preso seis semanas. Le condenaron con suspensión de pena.

Volvió a predicar y le apresaron por 5 meses hasta la amnistía de mayo, 1938 cuando Hitler invadió Austria. A su regreso a Múnich, le volvieron a arrestar el 3 de noviembre, 1939, y a sus 63 años, lo internaron en el campo de concentración de Oranienburg-Sachsenhausen, cerca de Berlín.

A los siete meses de hambre y maltratos, Mayer se les moría.

Los nazis, para ahorrarse un mártir, lo enviaron como preso “incomunicado” a la abadía benedictina de Ettal, en los Alpes bávaros.

En mayo de 1945, lo liberaron los americanos. Su bienvenida en la destruida Múnich fue apoteósica. Mayer fue parte de los esfuerzos por socorrer aquella población. Falleció mientras celebraba misa delante de su querida comunidad. Murió musitando: “el Señor, el Señor”.

San Juan Pablo II lo recordó así en Múnich el 19 de noviembre, 1980: “…Sin preocuparse de las consecuencias de una grave herida recibida durante la primera guerra mundial… … se comprometió abierta e intrépidamente, en una época difícil, en la defensa de los derechos de la Iglesia y de la libertad, a consecuencia de lo cual hubo de sufrir el rigor del campo de concentración y del destierro.” Otro jesuita, Alfred Delp, enfrentó peligros mayores. 

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