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El reencuentro, 35 años después

No había vuelto a verla ni tocarla en 35 años, tiempo asaz suficiente para prescindir de ella, tan útil que me había sido.

Al hacerlo, vinieron a mi memoria tantos gratos recuerdos. Sobre todo, el de lo estoica que fue, en un pasado más remoto, aguantando los frenéticos teclazos que le daba para imprimir los caracteres de una noticia.

También, de su imperturbable lentitud para responder a cada toque, lo que a menudo me obligaba a meter los dedos dentro de las más de 80 palancas que se alineaban dentro de su esqueleto, para limpiar los sedimentos de papel o cinta entintada que se acumulaban entre ellas, haciendo engorroso el trabajo.

Era nuestra herramienta principal para escribir las noticias o sus titulares sobre una cuartilla de papel.

En las horas pico de la redacción, las poderosas Underwood u Olympia se cimbreaban y timbraban al calor de los apresurados toques de letras de más de veinte mecanógrafos, o aprendices.

Esto producía una combinación de sonidos que, como adrenalina del cuerpo, simbolizaban la energía que emanaba del cerebro y los dedos del periodista en lucha contra los tiempos fatales de la hora de cierre.

Esta mágica conexión entre cerebro y dedos sobre el teclado pasaba por alto, en la prisa, los errores más comunes, como poner ojo con “h” o usar otras letras que ni siquiera estaban cerca entre sí ni concatenaban con la palabra apropiada.

EL REENCUENTRO, 35 AÑOS DESPUÉS Video

EL REENCUENTRO, 35 AÑOS DESPUÉS


Cuando los redactores cometían estos estropicios, por prisa o por deficiencias gramaticales, solían atribuírselas a “errores tipográficos”, una excusa que los correctores de estilo no admitían.

Ayer llegó a mi casa, como regalo de padres, una de estas emblemáticas maquinillas de escribir, fabricada por la Underwood, en 1965, y al verla reconecté con mis pininos periodísticos en el Listin Diario en 1968.

Las destrezas adormecidas por el tiempo resurgieron como por arte de magia.

Las puse a pruebas al colocar una cuartilla en el rodillo, preparar los márgenes de las líneas de oración, ajustar el papel y ¡a dar teclazos¡

Acostumbrado ahora a los teclados de los ordenadores, desplegados al mismo ras de una superficie suave que no produce ruidos, percibí la diferencia entre el Pax de deux” de ambas manos en la máquina moderna y los trompicones que hacían funcionar a las máquinas predecesoras, como la que tengo al frente en este momento.

Hay que hundir las teclas con una fuerza mayor y para deslizar las palancas discurren más segundos que en el teclado de la computadora, que a menudo se basta de la primera letra pulsada para completarte una palabra y economizarte tiempo.

Habituado al interlineado automático, cuando las palabras llegaron al margen avisándome con un familiar timbre que había escuchado por años, me di cuenta que tenía que darle un tiron a la palanca de la izquierda para que hiciera esta función.

Y me puse a pensar en la tremenda resistencia de esta palanca, que los redactores movían con afanosa rapidez y nunca se zafaban de su sitio ni se quebraban.

Definitivamente la tecnología nos ha hecho la vida más fácil a los periodistas. La Inteligencia Artificial lo será más, al hacernos prescindir de una fatigosa tarea de escribir, dejándosela a un robot.

Cuidémonos de no caer tan profundo en la trampa.

También comprobé, usando la vieja Underwood, que ahora podemos borrar uno o más caracteres dándole a una tecla de retorno.

Antes, con la maquinilla del tipo que he vuelto a tocar, había que devolverse manualmente y poner tantas x fueran necesarias para “borrar” los errores tipográficos.

Esta breve experiencia de prueba me hizo reflexionar en las duras condiciones a las que estábamos sometidos los redactores de antes para producir un periódico diario,en formato sábana, y con más páginas que los de ahora.

Pero al volver a esta reliquia, percibi que la mejor energía del pensamiento creativo no se extingue con la modernidad y que el producto de nuestro trabajo intelectual era, con ella, pieza única, irrepetible, que no se almacenaba en un archivo electrónico ni podia copiarse ni pegarse en otro sitio.

En esta vieja Underwood portátil, que la tendré necesariamente como un testigo viviente de mis primeros afanes periodísticos, veré siempre la mejor y más auténtica película de los imborrables recuerdos del periodista que he sido y seré.

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