reminiscencias
Manolo en el recuerdo
Era ya otoño del año ´61; sería muy tórrido políticamente, pues en los primeros días de aquel diciembre se haría la gran huelga general que determinó la formación del Consejo de Estado, que para el 16 de enero del ´62 entraría en colapso por los tremendos acontecimientos desprendidos del ametrallamiento del Parque Independencia.
El episodio personal que hoy cuento nuevamente, ocurrió en un restaurant llamado El Dragón, situado en la esquina Delgado con Independencia.
Almorzaba con tres buenos amigos, cuando entró al salón Manuel Aurelio Tavárez Justo, acompañado del Dr. Heriberto Mateo, médico en ejercicio en Puerto Rico.
Al verme desde su mesa, se puso de pie y abrió los brazos exclamando: “¡Vincho!”; yo hice lo mismo y caminé a su encuentro. No lo había vuelto a ver desde finales del año ´59; recuerdo que fue en el Palacio de Justicia de La Vega, cuando supo que yo estaba allí en un proceso penal y quiso verme.
Brevemente, me dijo: “Tengo urgencia en llegar, pero supe que estabas aquí y quiero que te veas con Miguel Tejada (Guey), de tu pueblo. Él te explicará algo y luego te daré los detalles.”
Se trataba del Movimiento 14 de Junio, que ya él labraba, pero no nos volvimos a ver al resultar develado a principios de enero de 1960 su inmenso empeño.
El hecho fue que cuando volvimos a vernos ya habían pasado todas las tragedias de aquel ser humano superior, de quien fui una especie de hermano desde el tiempo de la Escuela Normal, más los cinco años de la Facultad de Derecho, donde me tocaba leer todas las lecciones a un grupo de amigos entrañables: Manolo, Luis Espínola, Leo Nanita y Juan B. Mejía.
Manolo me abrazó con el cariño de siempre y me condujo a su mesa para presentarme a su acompañante y fue entonces cuando me dijo solemnemente: “Vincho, por favor, vete donde Aris, no sigas al lado de estos trujillistas. Yo sé cómo tú has pensado toda la vida y no hay razón para que estés de ese lado!”. Se refirió específicamente a Joaquín Balaguer, de cuyo gobierno yo era Sub Secretario de Estado de Trabajo, encargado de la Cartera, con apenas 29 años de edad.
Entonces reaccioné y le dije: “Manolo, me quedé en este lado porque no te imaginas la cantidad de cuadros cívicos que me detestan, especialmente abogados, no sólo de Macorís, sino de Santiago; éstos últimos creyendo que Echavarría tumbaría a Joaquín Balaguer y los pondría a ellos en el nuevo poder. No me perdonan, entendiendo que cerré filas con los familiares del General sublevado el 19 de Noviembre y bloqueé esa posibilidad, añorada por ellos.”
El reencuentro fue cordial, pero muy conmovedor; habían ocurrido cosas terribles en su valiosa vida que me hacían sentir muy triste.
“Manolo, tú crees que los malvados están todos en el trujillismo. Dentro del Régimen ha habido gente muy buena y útil. ¿Tú ves ese que está en Palacio? Es clave y decisivo para organizar este desastre. Te voy a decir ésto como consejo: Tus muchachos han cogido la calle; van a darle el poder a esa gente con la que fuiste en Comisión a Washington; a la postre, esa gente es la que te va a matar; tus ideas y pureza les perturban. Ese es un nuevo trujillismo, el económico, tan intolerante como el otro.”
Se sonrió nuevamente: “No te preocupes, yo sabré defenderme y defender al país. Tú bien me conoces.”
Estando en clandestinidad el 21 de diciembre de 1963, después de haber fracasado el contragolpe del 30 de octubre para reponer la Constitución desconocida, el 25 de septiembre estaba alojado en la casa de mi inolvidable amigo Antonio Martínez Francisco y me dio la triste noticia de su caída en Manaclas. Se sorprendió de mis sollozos. Desconocía lo que en la vida habíamos sido como amigos.
Sufrí mucho al recordar aquella premonición que le hiciera en el Restaurant El Dragón.
En la casa de mis dos madres se produjo un dolor inmenso; las “viejas” guardaron riguroso luto porque lo trataban como un hijo más. Y hubo algo premonitorio: Mi tía madre, Ana Delia, cuando fueron asesinadas “las muchachas” (así se referían a las hermanas sublimes), dijo: “Manolo no sobrevivirá todo este desastre y si lo libertan algún día, se inmolará. No sé cuándo ni cómo, pero se inmolará.”
Así fue. Lo que le predije a Manolo me ocurrió obedeciendo a un presentimiento por su suerte, y, ahora siento lo mismo cuando advierto a mi Patria de sus peligros de extinción. Dos presentimientos cumplidos, el de mi tía madre y el mío propio, los recuerdo, no sin lágrimas en estos momentos.
Pienso a veces que el sacrificio de aquel gigante de la integridad que fuera Manolo no se ha reconocido en la medida justa que merece. Esto no me subleva, porque a otros muchos les corresponde, pero me entristece.
En todo caso, entiendo que no se debe a la ingratitud del pueblo, sino a su ignorancia, forjada por el egoísmo y la soberbia de los intereses oscuros que Manolo combatiera.
Siempre ha sido así para la grandeza de los hombres destinados a servir a sus pueblos. Crecerá algún día, cuando se hayan muerto las bajas pasiones de los rencores dementes.
Mi presentimiento de hoy, sobre el destino nuestro, quiera Dios que así no sea.
La evocación de Manolo me fortalece.