Desde mi pluma
Bajo eterna conmoción
La sociedad grita auxilio de mil y una maneras. Es difícil olvidar el horror que siento cada vez que salen a relucir tragedias como la de Willenny Solano, una niña de 11 años a la que la maldad, la depravación y lo más bajo de la humanidad le robó la luz por siempre.
Una vez más todo un pueblo se conmociona y expresa impotencia por este crimen que destroza no solo a su familia, sino a cada padre y cada madre que ve en el caso el escalofriante escenario en el que algo como lo que le pasó a la infante sancristobalense pueda sucederle a uno de sus hijos.
Y no es para menos que así sea, si la gente se siente todos los días más inseguros, si los abusos, las atrocidades, los hechos sangrientos no cesan sumiendo en el pánico a la ciudadanía.
No es que crea que el Gobierno “sea Dios” o tenga “una varita mágica”, pero insisto. Se puede hacer más. Se debe hacer más.
La negligencia de las autoridades denunciada por ellos mismos prolongó la agonía de los familiares de la menor quien estuvo más de dos semanas desaparecidas antes de ser hallado su cadáver en unos matorrales en la autopista 6 de noviembre.
De eso deberíamos estar hablando.
Pero, ¿cómo es posible que lo que hoy se resalte de esa institución del orden es que le cambiaran los uniformes a los agentes? ¿Es esa una prioridad en estos momentos? ¿Es eso lo que los dominicanos demandan de la Policía? No lo creo.
No me cansaré de decir que no es posible vivir con miedo, que no es posible vivir en un país que no le garantiza la seguridad a sus ciudadanos pero especialmente a los más indefensos, a los niños.