POLÍTICA Y CULTURA
¡Nos quedamos estupefactos!
En memoria de Federico Jóvine Bermúdez
Un poco de Chopin, el Vals del Minuto, fragmentos musicales de los Strauss o modalidades del Vals suramericano. Un poco de Tchaikovski, del Vals de las flores de El Cascanueces, de La Bella durmiente o el Vals de El Lago de los Cisnes.
Poco o mucho de Danny Rivera, el Vals de Las Mariposas, la danza lenta o intensa, la templanza del amor, girando alrededor de los amantes, en un giro preludiar de las iniciativas del corazón.
De lo clásico a lo popular, el séquito de los cielos enladrillando el tiempo físico de la muerte, y tú, poeta, alcanzado nuevas vidas, ceremonias del alma liberada, infinita voltereta de quien llega a Dios sin pesar ni añagazas, entrelazando versos o contando ocurrencias, provocando risas en la solemnidad del misterio.
Federico Jóvine Bermúdez, de linaje poético, nieto de Federico Bermúdez, el poeta social dominicano que cantó a los humildes, primo hermano de René del Risco Bermúdez, el poeta trascendente de la generación de los años 60.
Poeta de versos sólidos, odas magnificentes, narrativas históricas impactantes, conversador primoroso, la palabra en su voz adquiría sentido telúrico, vibrante. Improvisador nato, de todo extraía una idea, un chiste, una derivada forma de vivir y amar en el desahogo del espíritu.
En cierta ocasión, la cúpula de la Iglesia Católica invitó a poetas y músicos a un encuentro en uno de los salones de la Universidad Católica Madre y Maestra, con la finalidad de que los participantes, pusieran la música y la letra de nuevos cánticos en la liturgia cristiana.
El propósito era exquisito en lo que sería la renovación literaria y artística de salmos, villancicos y rituales. Federico pedía con insistencia la palabra pero éramos tantos los allí reunidos, que todos queríamos exponer nuestras ideas, lo cual creaba demoras en la asignación de turnos.
Cuando le tocó expresarse, indicó, que a él, debieron otorgarle la palabra primero, porque tenía derechos adquiridos, como por ejemplo, era el único de los presentes, que era nieto de un sacerdote. Y era rigurosamente cierto, siendo el detonante de una risa colectiva.
Federico era imprevisible con sus múltiples salidas verbales, de todo hacía un referimiento contrastante. Su voz de “locutor en vacaciones” como lo llamó el músico y poeta, Manuel Rueda, al oír la lectura de sus versos, conmovía, llegaba a la gente, era el uso de metáforas relumbrantes, recursos creativos, alusiones a eventos cardinales del amor, la tragedia y la historia.
Nos tocó a Mateo Morrison y al laureado pianista, Oscar Luis Valdez Mena y a mí, casarlo una tarde en la cual departíamos, instándolo a ponerle fin ya, al largo noviazgo con Gloria, y salir de allí, directamente a una oficialía civil, y luego a la Iglesia, donde nosotros éramos padrinos, testigos, y compinches de aquella decisión basada en el encanto de una pareja que procrearía una familia, de gente útil.
Cuando su compañera, Gloria o Lidia (es la misma), sufrió los efectos de radiaciones que suprimieron por unos meses su cabellera, en el proceso de curación de una enfermedad, Federico nos sorprendió a todos, cuando apareció sin un pelo en su cabeza, ni barbas, ni bigotes, hasta el grado de que no lo identificábamos.
Sublime imagen fusionándose con ella, en el amor sin límites, él era ella, corriendo simbólicamente su misma suerte. ¡Nos quedamos estupefactos!