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Migraciones, reflejo del fracaso de los gobiernos

El ser humano busca siempre el bienestar personal y familiar. Cuando no encuentra oportunidades en su país, prefiere correr riesgos y buscarlas fuera de sus fronteras.

Las remesas que circularon en América Latina y el Caribe en el año 2022 alcanzaron la cifra de US$142,325 millones. Esta impresionante cifra no es más que reflejo del flujo migratorio que existe en la región, producto de aquellos que buscan mejoras económicas y sociales y tienen Estados Unidos como destino prioritario en la búsqueda de tener lo que en su propia tierra se les niega.

Hace pocas semanas, un viejo amigo –por edad y tiempo de conocernos–, me contó que uno de sus tres hijos que viven como migrantes indocumentados en el estado de la Florida, Estados Unidos, había sido deportado y estaba triste por eso. Él sabe que Guatemala la falta de oportunidades es enorme y que no podría sacar adelante a su familia, como ya lo hace en aquel país. “Se está preparando para regresar”, me contó el amigo.

La llamada también “movilidad humana” ha existido desde que el hombre existe. No debe extrañar y siempre habrá. El problema es evidente cuando lo que hay es una explosión de inmigración, porque es reflejo de que algo no está bien. Es el efecto que se observa principalmente en los países en donde el sistema político no responde a las necesidades de las personas.

Veamos brevemente. ¿Qué países son los que tienen mayor cantidad de migrantes en América Latina y hacia dónde van?

México, Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua, Haití, Colombia y Venezuela son los que marcan la delantera en algo que podríamos llamar “carrera por la esperanza”. Estos son los países de la región que tienen los índices más elevados de inmigrantes, según datos del Banco Mundial y la Organización Internacional para las Inmigraciones (OIM).

Estas instituciones hacen también estudios sobre las causas que provocan que el flujo migratorio no solo persista, sino que crezca con el paso del tiempo. La conclusión a la que han llegado no sorprende, porque la prensa lo dice todo el tiempo y se repite: en primer lugar, salen por falta de oportunidades, principalmente trabajo, pero también educación y salud; luego están quienes se marchan por cuestiones políticas; y finalmente quienes lo hacen por violencia o inseguridad.

En todos los casos, los grandes responsables no son ni más ni menos que los gobiernos. Cuando se escuchan declaraciones de los presidentes como Andrés Manuel López Obrador (México), Alejandro Giammattei (Guatemala), Nicolás Maduro (Venezuela) o Daniel Ortega (Nicaragua) –para nombrar solo algunos–, se podría pensar que han convertido sus respectivos países en auténticos “paraísos celestiales”, pero la realidad que padecen sus pueblos es muy diferente y sin duda han fracasado en sus políticas públicas.

En muchos casos, lo he comentado antes, la gran corrupción imperante hace que los recursos que deben ser para mejorar la situación socioeconómica de sus pueblos se diluyan entre corrupción e incapacidad.

En el caso de las dictaduras –Maduro y Ortega– el ingrediente político se suma ciertamente a la falta de oportunidades, porque no solo hay escasez de empleos, la salud es mala y la educación mediocre, sino que además se limitan las libertades ciudadanas. Lo mismo empieza a suceder bajo gobiernos autoritarios que surgen, como los de Giammattei o Bukele (El Salvador).

En buena medida lo que estamos viendo es el fracaso de los gobiernos –de turno y a veces uno tras otro–, que no son capaces de proveer los satisfactores necesarios para que la población no tenga que salir expulsada –literalmente– para encontrar afuera lo que se les niega dentro.

Hace 159 años un presidente estadounidense, Abraham Lincoln, dijo que el gobierno debe ser “del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”. Esta es la esencia de las democracias, pero es el espíritu que se ha perdido en la actividad política en esta etapa del siglo XXI. Cada vez menos vemos aquella visión hecha realidad y, en vez de ello, los gobiernos son “de ellos (de los políticos), por ellos y para ellos”, una aberrante filosofía que explica la razón de sus grandes fracasos y por qué miles y miles siguen y seguirán migrando.

El autor fue presidente de la Sociedad Interamericana de Prensa

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