La última de la hornada de Tía Eunice
Para los 13 nietos descendientes de Luis Manuel Piantini Monclús y Flor de Oro del Castillo Rodríguez Objío -nieta del prócer restaurador y poeta Manuel RO-, el fallecimiento de uno de ellos se convierte en un acontecimiento muy doloroso. Pues todos nos criamos como hermanos desde nuestra infancia, en los predios de la antigua finca del abuelo, hoy convertida en el Ensanche Piantini, construyendo residencias en un rústico camino carretero denominado Fabre Geffrard, hoy Avenida Abraham Lincoln.
Fuimos de los primeros pobladores de esa zona, donde pastaban las vacas y caballos, bebiendo en aguas extraídas del subsuelo por molinos de viento. En un famoso Foro Público Cartas a El Caribe que se publicaba con aliento de Trujillo se decía que las vacas de los Piantini comían piedras, cuya redacción enviaba un claro mensaje de que esa zona debía desaparecer como área rural y convertirse en urbana. Inclusive, afortunadamente, la finca escapó de ser expropiada por el régimen cuando a la esposa del Generalísimo, doña María Martínez, se le ocurrió la idea de escoger esa zona para la construcción de la Feria de La Paz. Desistiéndose finalmente del propósito ya que la localización estaría muy alejada de la costa, restándole visibilidad a la Feria ante aquellos visitantes extranjeros que llegaran al país por barco, transporte más utilizado en esa época.
Los cuatro vástagos del matrimonio Piantini del Castillo fueron Federico Guillermo, el mayor, ingeniero arquitecto y violinista de la Sinfónica. Seguido por Leda Ondina, Cesar Augusto (Von), mi padre y Eunice Indiana. Ya mi abuelo, antes de su fallecimiento en 1942, había trazado lo que es hoy la Lope de Vega, pues era prácticamente la línea limítrofe del costado Este de la finca. A inicios de la década del 50 tío Guillermo emprendió la urbanización de la propiedad, trazando cuadrículas con calles rectas paralelas que cruzaban lo que es hoy la Lincoln, Lope de Vega y Winston Churchill. Diseño que no fue aceptado por la Dirección de Planificación del Ayuntamiento, señalando que convertiría el área residencial en un área comercial, por la facilidad de acceso y entronque de las vías interiores con las principales.
Esa apreciación fue correcta, como se evidenció a raíz de la Revolución de Abril, cuando los residentes de los barrios capitalinos se fueron mudando hacia zonas más tranquilas, escapando de los desórdenes que provocaban las protestas estudiantiles contra el régimen de los 12 años de Balaguer. Y a partir de la década de los 70, con las ampliaciones de la Churchill y la Lincoln, la zona que comenzó siendo residencial, se fue convirtiendo en lo que es hoy, el pulmón comercial y financiero de la ciudad de Santo Domingo. Ya que no había otra zona hacia donde podían asentarse los negocios que abandonaban la vieja zona colonial.
Uno de los sucesos más añorados de aquellos años de las décadas de los 60 y 70, era cuando en la casa de tía Eunice, se hacían veladas culturales con sus primos en ocasión de su cumpleaños o el de mi abuela. Allí se reunía Manuel Rueda al piano, tío Guillermo en el violín, Mané Pichardo Sardá (hijo de Emilia, prima hermana de mi abuelo Luis Manuel) con la guitarra, y mi padre con la mandolina, formando un grupo musical que recreaba el que esos primos tuvieron en su juventud en San Carlos. Ivonne Haza del Castillo daba brillo en el canto lírico y mi abuela declamaba sus poesías. Como también lo hacían Rueda y mi padre Von con las suyas.
En los últimos años fallecieron Maria Flor de Bethania, Polly, la menor de tía Eunice que estudió arpa en Julliard School y tocaba en la Sinfónica. Seguida por tía Eunice, la última de los hermanos fallecida. Luego Martha Evangelina, la hija intermedia hace nueve meses y ahora Sandra Josefina, cariñosamente Curra, la mayor, el pasado día 22. Ya su hermano de padre, Fausto y su padre Aurelio (Chichi) Gautreau, oriundo de San Francisco de Macorís -mi padrino de bautizo junto con el ingeniero Bebecito Martínez-, habían muerto de cáncer, enfermedad que afectó a los demás de ese núcleo familiar. Chichi y Eunice tuvieron sendas tiendas de calzado bajo la marca La Elegancia, tanto en el Conde como en la Avenida Mella.
Cuántos sanos hermosos recuerdos alegres e inolvidables para todos los que convivimos en esa época bucólica que tanto añoro. Que en paz descansen y el Señor los tenga en su Santa Gloria!