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SIN PAÑOS TIBIOS

Nosotros no fuimos los culpables

El Estado haitiano no existe, ha muerto, y nosotros estamos atados a su cadáver. 

No sería la primera vez que un sujeto del derecho internacional se extingue, la historia es prolija en ejemplos de Estados que desaparecieron por guerras, desastres naturales o luchas fratricidas. 

A medida que el edificio del derecho internacional se complejiza, la extinción de un Estado se torna complicada, no porque a nivel dialéctico no ocurra, sino porque tan importante como la preservación de los derechos y obligaciones, lo es su continuidad en el tiempo.

La política repele el vacío. En los hechos, si un Estado deja de existir es reemplazado por otro, y ahí reside el quid de la cuestión haitiana, pues desde hace décadas asistimos expectantes e indiferentes al proceso de implosión del Estado haitiano y no hicimos nada que no fuera sacar beneficio.

Por razones muy complejas, el valeroso pueblo haitiano, ese que escribió una de las páginas más memorables en la historia de la lucha por la libertad y la dignidad humana, no pudo organizarse en términos institucionales de manera que pudiera sostener su andadura como nación, todo lo contrario.

Atrapado entre las garras de la clase política y empresarial más indolente, irresponsable y delincuencial del continente, el pueblo haitiano fue víctima de sus maniobras con el contubernio y la complicidad activa de las principales potencias mundiales. Hoy Haití no tiene gobierno ni control sobre su territorio, ni puede garantizar los derechos fundamentales de sus ciudadanos, ni exigir el cumplimiento de un marco regulatorio funcional que imponga los intereses colectivos sobre los individuales.

Frente al colapso, frente a esa realidad de espanto, la ONU y las potencias persisten en continuar con la farsa del “Estado haitiano”; insistiendo en apoyar su policía como si esta no fuera, en esencia, una derivación natural del monopolio de la violencia que debe tener todo Estado sobre su territorio.

El problema de Haití no es policial, es político, y sólo desde la política se podrá construir una solución. El establishment planetario prefiere ignorar eso y apuesta a repetir todas las formulas fracasadas y, mientras, en la mente de sus burócratas, República Dominicana que cargue con el muerto ajeno ella sola, aunque desfallezca también en el esfuerzo.

Somos la salida más simple y económica a un problema complejo e irresoluble que generaron otros. El presidente Abinader ha sido claro al respecto y ha dicho en todos los foros internacionales que República Dominicana no será la solución a la crisis haitiana y eso merece, de manera unánime, todo nuestro apoyo y respaldo, más allá de campañas o banderías partidarias.

No podemos ser indiferentes ni indolentes, pues en este presente, otros están jugando con el futuro del pueblo dominicano.