POLÍTICA Y CULTURA

La estupidización de la post modernidad

Desde el ejercicio de la democracia y los tambores unigénitos de la madre Grecia, donde la democracia grandilocuente inició su trayecto epopéyico de la palabra alada y de la sabiduría hasta nuestros días, la lucha de ideas se ve atascada en coyunturas específicas, por el uso desmedido de la libertad absoluta, concepto precario que acompaña a todas las sociedades en decadencia en su trasiego impúdico de maldades y egoísmos proverbiales. La idea de la libertad absoluta, como bien imperioso al margen de factores endémicos propios de la cada cultura, corre el riesgo de trocarse en un meretricio del criterio, que estropea el desarrollo social de las categorías conceptuales del pensamiento. La lucha de ideas no está al margen del desarrollo de las fuerzas sociales de un entorno social regulador. La libertad trocada en la impudicia de la palabra, permite el acceso a prácticas deshonestas y taimadas, donde se extingue la responsabilidad individual, y la escoria asume en el anonimato su esquema de sanción punitiva, protegida y aupada por la lenidad de las instituciones fiscalizadoras del ordenamiento y la paz pública. Una especie de auto intimidación y de chantaje oligofrénico asumido, permite el libre albedrío omnisciente, que no tarda en arrogarse como irrespeto y transgresión de normas de conducta.

Sociedades cerradas y autoritarias conviven con sociedades abiertas y permisivas, unas transitando los extremismos fiscalizadores del pensamiento y otras pretendiendo invalidar los presupuestos morales esenciales de la convivencia humana, confiscando de manera fantoche principios nodales de vida y poniéndolos al servicio de las formas instintivas, cuya gobernanza oscila en el inconsciente donde moran durante el sueño, en un segmento apreciado de la nocturnidad, su otrora vocación de primates en plenitudes hormonales y confusión de roles.

En la política, la democracia de masas ha devenido en confusión de lenguas, atisbos miserables de la libertad, no como un derecho a ser ejercido sino como patente de corso, para irrumpir exitosos en la demolición de imágenes y menesteres, negación de valores trascendentes y el culto a la vaciedad, la minimización social y la incorporación para la igualación de la plebe, degradación social perfumada, temporal pertinaz que lame el vacío de las sociedades defenestradas. Lógicamente no podemos abordar esta problemática sin colocar como centro de gravedad del análisis, la multiplicidad de procesos culturales y la heterogeneidad de la especies. Ciencia y tecnología han avanzado significativamente hasta grados realmente impresionantes, pero no han logrado cambiar el corazón humano. Su presupuesto social no ha producido un “hombre nuevo”. Hoy más que nunca la codicia, el envanecimiento y la maldad como ejercicios de supremacía y autoridad, devienen en el terreno científico en la formulación tecnológica de suplencias robotizadas, impresionantes éxitos en el terráqueo de la energía nuclear atómica. Una humanidad empantanada en conflictos que tipifican genocidios locales, bajo el amparo de corporaciones complacientes de coexistencia y mediaciones diplomáticas, asumiendo valores esquizofrénicos en cuanto a la guerra y la paz. La caída de las ideologías tradicionales en otrora, ha dado paso a la estupidización, medición geométrica de la vaciedad que incluye como menú la desaparición del sentido común, su revestimiento y encubrimiento procaz. La libertad absoluta endosa a la más peligrosa de las fieras, su derecho conflictuado al agravio perenne y su culto a la materia hendida de su crónica podrida.