Los eventos disposicionales
Algunos acontecimientos sin trascendencia social pueden transformarse en eventos disposicionales a través de un conjunto de mecanismos comunicacionales y de otros medios de carácter político. Esto puede lograrse con la amplificación de aspectos escasamente presentes en el suceso pero con fuerte carga afectiva
La política como la guerra y la vida misma no son senderos plenos de certezas. Constituyen espacios de lucha que solo cesan con la muerte de seres enfrentados por la consecución de sus propias realizaciones. Son caminos donde la incertidumbre, el azar, lo desconocido y la niebla del porvenir terminan por generar una carga de angustia tan agobiante que empuja a la condición humana a la búsqueda de alguna señal, de cierta indicación que le permita orientarse en esos laberintos tan inciertos como inquietantes.
Esas luchas interminables del hombre contra el hombre, sobre todo en el campo político, tienen que ver con la búsqueda, la consecución y el ejercicio del poder: un asunto de suma importancia para la vida de los seres humanos, puesto que el poder les permite, según Adler, compensar sus debilidades o sentimientos de inferioridad; evitar el miedo, de acuerdo a Maquiavelo, generado por la inseguridad. Pero también, según Bertrand Russel, es lo que los incita a parecerse a Dios porque son conscientes de las limitaciones de un poder terrenal que se ve inevitablemente interrumpido por la muerte. Esa conciencia de la finitud de la vida con el arribo de la muerte es, para Ernest Becker, lo que los lleva a buscar la trascendencia a través del poder y la gloria.
La angustia que genera la conciencia de la finitud, la inseguridad y la incertidumbre existencial que siempre acompaña al hombre en su trajinar social, más la urgencia de poder requerido para paliar su desasosiego y trascender sus debilidades, ha llevado al ser humano, a buscar, como dijimos, algunas señales que le brinde cierta certeza sobre el presente, el futuro y acerca de los mecanismos y lineamientos efectivos que lo guíe al poder y a la gloria.
Para lograr esas señales y evitar andar a tientas en el torbellino de la lucha por la existencia, los actores sociales han intentado conocer el futuro a través de pitonisas, brujos, adivinos, interpretadores de sueños y de signos astrológicos. De igual manera, han procurado establecer objetivamente ciertas constantes en el comportamiento de figuras exitosas, de precisar tendencias y de establecer probabilidades de certeza tomando en cuenta un conjunto de variables sociales, políticas, económicas, psicológicas, culturales y epocales.
Cuando conocimos en 1979 el concepto evento disposicional a través de su creador, J.R. Kantor, padre del interconductismo, nos surgió al vuelo la posibilidad de que esta categoría conductual podría ayudar a entender ciertos acontecimientos relacionados con el poder y a proyectar, a la vez, la posibilidad de predecir la ocurrencia de patrones comportamentales a partir de la emergencia de determinados fenómenos. Lo interpretamos extensamente, casi desde ese instante, como aquellos eventos que impactan significativamente la emocionalidad de un colectivo social a tal punto que éste tiende a comportarse de manera diferente, ya sea inmediata o mediatamente, a como lo hubiera hecho si no hubiese ocurrido dicho evento. Desde luego que hicimos una readecuación del concepto original.
Si seguimos paso a paso el impacto de los eventos disposicionales en la actitud de una población, podríamos considerar algunos requerimientos para definirlos como tales.
1) El fenómeno debe tener la fuerza suficiente para afectar la tonalidad emotiva de una masa social y, como consecuencia de esto, producir, bajo determinadas circunstancias, un cambio conductual e incluso de tipo cognitivo.
2) El cambio comportamental puede ocurrir de manera cercana al evento en su manifestación más pura, o remota, cuando sus efectos son más distante del acontecimiento.
3) Cuando el cambio comportamental es remoto debe suponerse que el efecto producido por el evento disposiciónal coincide con otros factores que también intervienen en el cambio conductual.
4) El acontecimiento en cuestión puede ser espontaneo o construido artificial o espectacularmente.
5) Algunos acontecimientos sin trascendencia social pueden transformarse en eventos disposicionales a través de un conjunto de mecanismos comunicacionales y de otros medios de carácter político. Esto puede lograrse con la amplificación de aspectos escasamente presentes en el suceso pero con fuerte carga afectiva y minimizando, al mismo tiempo, aquellos que contrarrestan el impacto emotivo en la población. También pueden emplearse, concomitantemente, otros mecanismos de poder.
La historia nos muestra un catálogo de diferentes tipos de eventos disposicionales. Uno de los más paradigmáticos se produjo con el fallecimiento del líder político dominicano José Francisco Peña Gómez en 1998, días previos a las elecciones municipales y congresuales de este país. Su muerte tuvo un impacto inmediato en esas elecciones, así como una influencia remota en las presidenciales del año 2000 donde el Ing. Hipólito Mejía ganó ese certamen electoral. Otro evento disposicional parecido al anterior, por sus efectos inmediatos, se produjo en España en marzo de 2004 cuando el socialista José Luis Rodríguez Zapatero le ganó las elecciones “en un vuelco de último momento” a Mariano Rajoy candidato del Partido Popular, luego del acto terrorista en la Estación de Atocha y el mal manejo del evento por parte del gobierno de Aznar.
Concluimos, finalmente, que los estrategas políticos enfrentados en un proceso electoral deberán estar atentos a la emergencia de estos eventos, sean estos espontáneos o construidos como el pizzagate en las elecciones del 2016 en Estados Unidos. Y es que estos acontecimientos en su nacimiento son más fáciles de controlar, pero una vez expandidos son difíciles de detener o de restarles fuerza al impacto que puedan tener. Otros, aunque sean bloqueados momentáneamente, tienden a fermentarse internamente y, por lo mismo, a mostrar sus efectos en tiempos más remotos, como ocurrió con el asesinato de Luis Donaldo Colosio, en México, el cual terminó por dar al traste con la llamada “dictadura perfecta”.