fundación salesiana con don bosco
¡Cuida de ti mismo!
La sabiduría clásica, griega y latina, forjó una máxima y un tema que subyace a posiciones y doctrinas morales distintas entre sí: la ética y la sabiduría del “¡cuida de ti mismo!”, del autocuidado. Ser sabio es, entonces, la combinación resultante del cumplimiento de dos exhortaciones también clásicas: el “¡conócete a ti mismo!” de la inscripción en el frontispicio de la entrada al oráculo de Delfos; y el “¡sé el que eres!” de Píndaro, luego tan valorado por Goethe.
Si alguien preguntase qué es lo más importante en la vida, posiblemente le responderíamos, el amor. Sin embargo, en nombre del amor se hiere, se mata, se maltrata y se priva de la libertad. Les propongo, para este verano, la palabra “cuidado”, que es una traducción del término compasión. Cuidar es un rasgo definitorio de nuestra especie. El cuidado de los más frágiles ha sido una constante a lo largo de la historia de la humanidad.
El cuidado al que nos referimos no es el instinto maternal ni la compasión, sino que tiene sus raíces en el sentirse cuidado que va generando un mundo más humano. Educar en esta ética del cuidado en clave evangélica es, realmente, un reto pastoral. Cuidar es humano y nos hace humanos.
Efectivamente, el verbo “cuidar” describe la relación de Adán con su casa-jardín e indica, igualmente, la confianza que Dios deposita en él al constituirlo señor y guardián de toda la Creación. Junto a este verbo destaca otro, “cultivar”.
El Dios cristiano cuida a los suyos. Así lo descubrimos en el Antiguo Testamento: ve el sufrimiento, escucha los lamentos y se compromete, lo hace con personas concretas, cuida nuestros caminos y nuestros huesos, sus cuidados son similares a los de una madre. El Nuevo Testamento es la expresión máxima del cuidado. En Jesús el amor-cuidado tiene un rostro, es de carne y hueso, se acerca, toca, acoge, se despoja y se hace cargo de los mal heridos sin hacer distinción de persona.
La religión del amor se traduce en una experiencia vital de cuidarse, cuidar y ser cuidados. Aquí entra lo que se llama la ética de la justicia; la cual, sin cuidado, se convierte en una ética despersonalizada, desencarnada y que se desentiende de lo real. La ética sin justicia puede convertirse en arbitraria. El cuidado es siempre expresión de la justicia. La falta de cuidados en una persona limita su desarrollo sano y equilibrado. Hoy se ha de cultivar la “gramática del cuidado”, cuyos componentes serían: la dignidad, la solidaridad, el bien común y la creación.
La cultura del cuidado requiere de un proceso educativo serio que forme en los principios sociales. Las plataformas con mayor autoridad para crear la gramática del cuidado son: la familia, la escuela, la universidad, la Iglesia, los Estados y los gobernantes. En un pacto educativo global, el cuidado de la persona, de las cosas y de la Creación son fundamentales. Las vacaciones representan el tiempo oportuno para: cuidarnos, descansar, ir al médico, al Psicólogo y al director espiritual.