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Intromisión gubernamental en la gestión empresarial

Un funcionario gubernamental se apersonó en el despacho de un empresario. Fue con un frasco de aceite que había sido fabricado por la empresa de este último. Al enseñárselo, el servidor público le preguntó al industrial por qué su empresa estaba mercadeando otro producto básicamente idéntico a un precio significativamente por encima del que tenía aquel frasco en los colmados y supermercados.

“La única diferencia” - puntualizó el empleado público de alto rango – “es que este frasco que le traje tiene una marca genérica mientras que el que su empresa está vendiendo a sobreprecio tiene la marca oficial de vuestra entidad empresarial”. “¡Precisamente!”, replicó el empresario con décadas de experiencia en el mercado. “Mi empresa, más que el producto como tal, lo que vende es la marca de manera particular; marca que nos ha costado mucha sangre, sudor y lágrimas posicionar en la mente y el corazón del dominicano a través de los años”.

Este encuentro entre el empleado público y el empresario privado tomó lugar como parte de los esfuerzos del gobierno central para contrarrestar la inflación de los precios de los productos de la canasta básica. Esfuerzos quijotescos esos pues la realidad es que a pesar de la buena intención que pudo haber tenido el funcionario, el gobierno no es el ente idóneo para fijar precios en el mercado. Los que fijan precios de manera eficiente son los productores y consumidores que interactúan de manera orgánica en las diferentes demarcaciones. Cuando el Estado mete cuchara en ese sancocho tiende a causar más perjuicios que beneficios, así como lo hace el Caballero de la Triste Figura en el magnum opus de Cervantes; Don Quijote de la Mancha quien siempre termina empeorando el predicamento de aquellos a quienes pretende socorrer con la fuerza de su brazo fláccido y la destreza de su mano temblorosa, autora de intromisiones desastrosas.

Si nuestro hidalgo gobierno realmente quiere contrarrestar no solo los efectos de la inflación, sino aumentar de manera integral el bienestar general de la población, lo que debe hacer es dejar que el mercado haga su labor. ¿Y cuál es la labor de las fuerzas de oferta y demanda? Simple y llanamente, destinar los recursos de la economía a las manos más aptas y no a las que están bajando y subiendo palancas en la maquinaria política-clientelar del tren gubernamental.

Para que la cosa mejore, el gobierno no tiene que hacer más. Lo que debe hacer, en efecto, es menos.

Para que la cosa mejore, el gobierno no tiene que hacer más. Lo que debe hacer, en efecto, es menos.ARCHIVO/LD

Por tanto, para que la cosa mejore, el gobierno no tiene que hacer más. Lo que debe hacer, en efecto, es menos. Menos en el orden de la creación, conservación y expansión de carteras para pagar deudas políticas que poco o ningún valor agregan a nuestra nación que se encuentra en una situación crítica debido – más que todo – a la falta de voluntad política para resolver de manera definitiva los problemas históricos de la patria que por dicha negligencia hoy están en un nivel caótico.

De manera específica, ¿a qué tipo de carteras hago referencia en esta sentencia? Nada más y nada menos que a las que se les asignan a entidades redundantes como el Ministerio de la Juventud, el de la Mujer, el de Educación Superior, ProCompetencia, Progresando con Solidaridad entre otras tantas entidades del Estado que lo que hacen es llover sobre mojado; entidades, como el Ministerio de Relaciones Exteriores, cuyas carteras y nóminas son mucho más grandes que el trabajo que realizan en pro de la nación que fundó Duarte; entidades en las cuales el poder se reparte y el beneficio neto para la sociedad se ve en pocas partes.

Creando, conservando y expandiendo sendas carteras, el Estado erosiona su capacidad de retornar el debido valor al impuesto que el erario paga con el sudor que emana de su frente, con el sol detrás y de frente; trabajando de día y de noche; a pies, en concho o en coche propio; buscando el pan y la sal que a veces cuesta más que el chivo que espera a su verdugo en el patio del vecino; del vecino quien, en virtud de ser sobrino de fulanito, fue nombrado consejero en un país extranjero, pero vive aquí porque - dice él – “el sueldo en aquel país no me rinde. Sin embargo, cobrándolo y gastándolo aquí puedo darme el lujo de comer chivo liniero cada finde”.

Bajo ese patrón de gobernación el presupuesto del Estado siempre continuará en expansión no para beneficio de la nación, sino para cumplir con los compañeros que hicieron que tal o cual “líder” saliese electo a determinada posición. Toda vez – para financiar el presupuesto – el gobierno se endeuda sobre las narices, y la presión fiscal sobre la clase media y empresarial aumenta de manera desproporcional al beneficio aportado por la maquinaria gubernamental política-clientelar. Maquinaria que, si fuera un negocio regular operando en una economía de mercado con el rigor de lugar, se vería quebrada y desarticulada por su incapacidad de proveer un beneficio que supere el costo que el consumidor paga con tanto sacrificio.

Pero como el gobierno no opera bajo los rigores de ese sistema que penaliza al que no bien-administra y gasta sin escrúpulos a costa de sus accionistas, sigue operando muerto de risa y posando muy orondo en portadas de prestigiosas revistas. Mientras tanto los accionistas como el empresario que recibió la visita del funcionario público de alto rango se ven asfixiados por los tentáculos del pulpo entronado.

“Entonces lo que hay que hacer es destronarlo”, dirán algunos. Mas, la realidad es que los que son destronados hoy, mañana serán reemplazados por otros octópodos que en la actualidad se encuentran acuartelados; octópodos que si se les ofrece la oportunidad tomarán nuevamente las riendas de la autoridad. Y esto no para enmendar el sistema, sino para cimentarse en el poder condenando a moluscos del pasado mientras el pueblo sigue esperando a una especie de Tritón que le ponga fin a esa cuestión. Pero tal ente existe solo en los cuentos mitológicos. Mas existe un personaje histórico infinitamente superior que vino a la tierra hace más de dos mil años y lo mataron por decir y encarnar la verdad con poder y autoridad. Sin embargo, la muerte no fue el final para ese Líder trascendental pues resucitó y al cielo ascendió no sin antes prometer que iba a volver para los problemas de la humanidad definitivamente resolver. En Él está nuestra real esperanza.

Mas no sea esa esperanza óbice para mejorar nuestras andanzas y enfrentar con denuedo las situaciones que hoy nos embargan. Por el contrario, procedamos - sobre la base de esa misma esperanza - en pro de mejorar nuestra realidad de este lado del cielo de modo que cuando vuelva a la tierra el eterno encuentre nuestras casas ordenadas y nuestras lámparas de aceite debidamente dotadas; y con aceite del premium, no del genérico, aunque sea más caro el precio.

El autor es economista.