Enfoque
El Caballo de Troya: la gran estratagema
Fue entonces cuando Ulises, el héroe mítico heleno, insistió en la construcción de un gigantesco caballo de madera donde pudiera ocultarse un buen número de soldados con la finalidad de utilizar esta artimaña para penetrar la muralla.
El Caballo de Troya ha sido considerado como una las estratagemas más paradigmáticas de la lucha guerrera. Muchos, incluso, han llegado a calificarla como una estrategia. Se ha valorado de ese modo, no sólo por su impacto en el desenlace de la guerra de Troya, sino también por el estado anímico en que se encontraban los soldados griegos tras diez años de sitiar una ciudad fuertemente amurallada como lo era Troya. Se sentían profundamente decepcionados por la imposibilidad de alcanzar el objetivo propuesto. Tal era su desaliento y desconcierto que muchos llegaron a tornar sus miradas hacia el punto del regreso. Fue entonces cuando Ulises, el héroe mítico heleno, insistió en la construcción de un gigantesco caballo de madera donde pudiera ocultarse un buen número de soldados con la finalidad de utilizar esta artimaña para penetrar la muralla.
La estratagema diseñada por el héroe griego no se reducía a la simple construcción del caballo de madera. Era más compleja. Comprendía un conjunto de escenarios que le daban sentido holístico a la “obra” montada para persuadir a los troyanos de la certeza del relato elaborado con la finalidad de tomarlos desprevenidos. Guion bien logrado, pues en él aparecen en orden secuencial diferentes actos tan verosímiles que daban la impresión de estar en presencia de una argumentación retórica sumamente persuasiva.
La trama estratagémica fue planificada para que los griegos dejaran el caballo de madera cerca de la muralla que rodeaba la ciudad. Mientras esto ocurría, sus guerreros retornaron a sus naves y se hicieron a la mar para hacerles creer a los troyanos que, hastiados de una situación interminable, se retiraban a sus hogares. Sólo quedó un soldado en tierra, como si fuera un desertor, de nombre Sinón, con la encomienda de que, simulándose fugitivo, persuadiera a los troyanos, sobre todo a su rey Príamo, de la veracidad de la retirada de la escuadra griega y de que el caballo de madera “era una ofrenda a Atenea, que los griegos hicieron deliberadamente tan enorme para que los troyanos no lo introdujeran en la ciudad, porque ello significaría una última victoria para Troya”. Esto no quedó ahí, pues Sinón fue adiestrado para que ampliara su argumentación seductora con ribetes disuasivos. Fue así, entonces, que les dijo: “Si los troyanos lo destruyen, se condenarán, pero si lo introducen quedará así segura su ciudad”.
No cabe duda de que esta estratagema contiene elementos persuasivos, seductores y disuasivos muy efectivos y que la puesta en escena, como conjunto de situaciones diversas, convenció a los troyanos de que no representaba ningún peligro. No valieron las advertencias de Laocoonte ni de Casandra, la pitonisa, para que esto no sucediera. Nada ni nadie pudo impedirlo. Y fue entonces que con alboroza alegría de los congregados, y por órdenes de Príamo, quitaron los dinteles de la puerta que daba acceso a la ciudad. Algo tradicionalmente prohibido y penado. En fin, el acto devino en una gran fiesta popular y en símbolo del triunfo de Troya sobre Grecia.
Mas, en la noche, cuando los soldados y habitantes de la ciudad dormían exhaustos del desenfreno y la borrachera motivada, supuestamente, por la retirada de los griegos, Sinón, no sin sigilo, abrió la compuerta del caballo de madera para liberar a los espartanos ocultados en su vientre. Luego hizo las señales acordadas para que las naves griegas, agazapadas en una zona conveniente del litoral, retornaran a Troya. Con la irrupción sorpresiva de los espartanos, la desgracia del pueblo de Príamo no se hizo esperar: superó por mucho los vaticinios de Laocoonte y Casandra. La sangre corrió como un río desbordado mientras gritos y lamentos de seres indefensos poblaban el espacio de una noche tenebrosa. La ciudad fue destruida, sus mujeres violadas y las principales figuras de Troya asesinadas, esclavizadas y perseguidas.
Sobre esta decisión tan imprudente Barbara Tuchman concluye que los pueblos, a través de la historia, suelen seguir una política contraria a sus verdaderos intereses. Los troyanos son un ejemplo de ello. Pero una decisión tan desacertada no fue necesariamente fruto del azar, ni de que faltara alguien con lucidez suficiente para proponer la política correcta que debía seguirse. Sí los hubo –Casandra y Laocoonte– aunque por múltiples razones nadie los tomó en cuenta.
Podría atribuirse esta mala decisión a la vanidad de los troyanos. Es posible, pues éstos al ver zarpar la armada griega y observar un caballo de madera gigante tras sus murallas, pudieron envanecerse y creerse victoriosos. Y más, si esta sensación fue reforzada por el relato convincente de un supuesto desertor. Esto es cierto, pero este sentimiento triunfalista no se produjo caprichosamente: era parte fundamental del objetivo de la estratagema griega que buscaba hacerles creer a los troyanos que habían vencido y que el caballo de madera era una ofrenda a Atenea.
La tendencia de los pueblos a actuar, en ocasiones, contra sus intereses, considerada por Tuchman como una marcha de la locura, puede producirse por la soberbia o ideas delirantes de un líder o gobernante y por la reproducción de las mismas por quienes los acompañan. Igualmente, por las estrategias y estratagemas de oponentes que saben explotar las debilidades del adversario. En consecuencia, el resultado de la guerra de Troya, no sólo hay que atribuirlo a la sinrazón de los troyanos, sino también a una genialidad estratagémica de los griegos. Todo esto nos lleva a concluir que la efectividad de una estratagema o una estrategia se mide por los resultados y nunca por las explicaciones ex post facto de los perdedores.