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¿Nos vamos a dejar quitar el país?

Observo cada día con mayor preocupación como las fronteras entre la República Dominicana y Haití representan la más grande amenaza para nuestra convivencia pacífica, la estabilidad política, económica y social. Nuestros recursos naturales corren peligro, y ya se ha demostrado que detrás de los incendios forestales también hay haitianos fabricando carbón con los árboles de nuestro país.

Compartimos una isla con históricos enfrentamientos armados, y los vecinos, por lo visto se resisten a abandonar la idea de que este lado no les pertenece.

Construimos nuestra República, soberana e independiente, precisamente luchando hasta lograr la separación de Haití que nos dominó por 22 años, hasta el 27 de febrero de 1844, gracias a los esfuerzos y valentía de un grupo de hombres y mujeres, liderados por el excelso Juan Pablo Duarte. La determinación de vivir en libertad con la nueva nación fue confirmada con sucesivas batallas en defensa de nuestro territorio, resaltando las del 19 y de 30 marzo de 1844.

Hemos sobrepasado con creces la política del buen vecino, siendo solidarios en términos de salud para sus parturientas, educación, obras, empleos, y producción de alimentos para su sobrevivencia, que, aunque signifique negocios para el país, las reglas poco claras se prestan para cualquier tipo de tráfico que vulneran la seguridad nacional.

De un país que mate a su presidente, ¿qué podemos esperar? Haití patea los esfuerzos de construir democracia, institucionalidad, orden y progreso. Las bandas armadas del crimen organizado controlan a terror ese territorio y a su gente.

La conjunción de un espacio geográfico sin comida, agua, salud, empleos, educación, árboles, obras públicas y una población creciente sin orden, agigantando su pobreza, se configuran como la tormenta perfecta.

En zonas fronterizas del lado dominicano ya sólo hay habitantes haitianos, la matrícula escolar es de haitianos y las viviendas del lugar están ocupadas por haitianos. Un caso emblemático del dominio haitiano ocurre en áreas de Verón, Punta Cana, al este dominicano, donde los haitianos se sublevan contra las autoridades de Migración, y les enfrentan a pedradas.

En los polos turísticos impresiona la cantidad de haitianos, en grandes ciudades como Santo Domingo y Santiago ya los haitianos controlan las conserjerías de edificios de viviendas, trabajos domésticos, venta de frutas, y penetran con fuerza en el sistema de transporte como conductores de motoconchos, carros de concho y taxi.

En los últimos 25 años, los cuatro presidentes de la República Dominicana que hemos tenido, Leonel Fernández, Hipólito Mejía, Danilo Medina y Luis Abinader, han clamado a las grandes potencias desde la Asamblea General de la ONU que miren hacia Haití y procuren soluciones urgentes a este Estado fallido.

Sin embargo, internamente, el liderazgo nacional, no acaba de plantear ni definir cómo enfrentar de manera conjunta esta gran problemática.

A todo esto, sumar, que la vivacidad diplomática haitiana nos ha dejado muy mal parados en muchos escenarios del mundo, atribuyéndonos racismo y violación a los derechos humanos. Algo así, como morder la mano de quien te da de comer.

Hoy hay que ponerle fin a la confabulación de mafias y de autoridades para evitar el retorno de 10,000 haitianos, cuando se han repatriado con los consabidos tráficos de drogas, armas y quién sabe cuántas transgresiones más.

El senador de Santiago Rodríguez, Antonio Marte, viene advirtiendo que los haitianos tomaron el país sin tirar un tiro, una invasión pacífica. Llega más lejos con la alerta de que círculos haitianos procuran que su gente alcance posiciones políticas de poder aquí.

Lo dice un legislador de la frontera norte, informaciones tendrá. ¿Ustedes se dan cuenta de la magnitud y dimensiones de la situación que cierne sobre nuestra Patria?

Mientras todo marcha con niveles pasmosos de inacción, solo se me ocurre preguntar: ¿Nos vamos a dejar quitar el país?

¡Actuemos!