SIN PAÑOS TIBIOS

El (otro) turismo de montaña

Todo anverso tiene su reverso, y basta con observar cómo en la adversidad surgen también las mejores virtudes o cómo las redes sociales -sumadas con la pandemia y las ansias de conocer de toda una joven generación- han potenciado el crecimiento de un nicho relegado y no lo suficientemente aprovechado: el turismo de montaña.

Quizás por desconocimiento, idiosincrasia, complejos de clase, prioridades en función del potencial primario o simple lógica del mercado, cuando hablamos de turismo de montaña pensamos en Jarabacoa o Constanza, verdaderos lugares idílicos en donde el auge del negocio de segunda vivienda -más allá de las villas de élite de las décadas 50-90 o de super lujo recientes- ha masificado ese modelo, sobre la base de productos inmobiliarios ajustados a las posibilidades presupuestarias de los clientes.

Hoy día, la ausencia de planificación territorial, supervisión municipal y ambiental constituye el talón de Aquiles de esos destinos y es la más seria amenaza para su supervivencia a medio plazo, pero, más allá del capitalismo inmobiliario, las plataformas digitales han potenciado el negocio de alquiler a escalas jamás soñadas, ampliando las posibilidades de negocios y recirculación de capital… y también de personas. ¡La montaña está de moda! (por fin). El azar geológico quiso que en esta segunda gran antilla estuvieran las diez elevaciones más altas de todo el Caribe insular, incluyendo tres montañas de más de 3,000 msnm. Quienes hacemos montañismo sabemos del enorme potencial que tiene nuestro país en esa área, con escenarios, prominencias y rutas capaces de llamar la atención de los turistas “outdoor” de cualquier parte del mundo (trekking, hiking, camping, rock climbing, kayak, etc.), pero también de su efecto derrame en las economías locales. En efecto, para algunas provincias, municipios y localidades, el turismo de montaña/outdoor es la manera más eficiente de vincularse al auge mundial de la industria, y para eso hay que hacer un trabajo de fondo. Este modelo de turismo permite que el visitante impacte directamente en las comunidades a través de la contratación de guías, consumos de bienes y servicios en la comunidad y un largo etc. El efecto derrame es inmediato y el dinero se mueve sin intermediarios. A nivel de Estado, toca invertir en infraestructuras especializadas y focalizadas; capacitar y equipar guías locales; fortalecer mecanismos de articulación comunitaria a nivel local; establecer tarifas mínimas dignas (no máximas) a los guías; y, sincerizar (al alza) las tasas de acceso a las áreas protegidas, etc.

Quizás no sean cientos de miles o millones, pero quienes hacen outdoor los fines de semana, generan enormes beneficios a las personas que viven cerca de nuestras montañas y hay que estimular y promover, de manera organizada y sostenible, ese otro turismo.