OTEANDO

Al inmenso Luis Morilla Rodríguez

Era la madrugada del jueves 8 de junio de 2023. Mi sueño y mi vigilia se batían en un duelo de duermevela con vetas de sobresalto. Oscureció a lo máximo y quedé en los brazos de Morfeo solo por unos minutos, abandonado en el movedizo terreno de la ausencia, allí donde extrañas entidades modelan todo lo que nos ocurre sin que nos sea posible cambiar nada. Fue entonces cuando me encontré con Marcos y Genaro, dos exjueces del Departamento Judicial de Santiago -que fueron mis amigos- idos a destiempo y que, en vida no tuvieron vínculo alguno.

Nacido y formado en un pueblo, donde los prejuicios de la superstición explican lo real y lo imaginario, no me fue posible ceder a la razón y, reproduciendo el proceder de mis padres en ocasiones similares, empecé a llamar mis hijos para decirles: “me soñé esta madrugada con dos amigos que fallecieron hace mucho. Llamo para que manejen con cuidado, pero sobre todo para evitar que suceda algo indeseado, pues, como saben, los viejos decían que soñar con muertos viejos da muertos nuevos; pero, que si se comunica a tiempo nada malo ocurre”.

Solo pasaron cuatro días y, ya el lunes, vi disipado mi cojuro divulgativo: Luis Morilla, entrañable amigo de muchos años, había fallecido. Mi cuerpo se estremeció y enmudecí por varios minutos. Mi manía incurable de posponer las cosas me hizo retardar hasta el dolor una visita solidaria no solo necesaria para él -que se encontraba convaleciente-, sino para mí que padezco ahora la tortura de la imposible despedida. Ahora imagino esa última conversación, modelada por la maravillosa actitud que siempre tuvo frente a la vida, túrgida de remembranzas, de las más sanas bromas que se originaban en su alma de niño, y claro, de la siempre inconclusa lista de cosas pendientes por hacer juntos.

Ahora revivo su triste mirada, discretamente diluida en la permanente sonrisa que prodigaba a todos sin excepción, incluso a los que, de manera mezquina, le separaron de una de sus pasiones, la energía nuclear. Sus otras pasiones fueron la música, el servicio desinteresado a los demás y hacer amigos. Nos quedó pendiente un viaje a mi casa de la montaña junto a nuestro hermano Ricardo Nieves -de quien se enorgullecía diciendo que pertenecía a su Guardia Pretoriana- y un abrazo portador de mi más sincera solidaridad y fervorosa admiración por su hombría de bien, ambos interrumpidos por los afanes de la muerte.

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