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SIN PAÑOS TIBIOS

Hay que matar al Jefe

Hay muertos que tardan mucho en morirse y hay otros que aunque los entierren siguen vivos. Pasó con Trujillo, que aunque lo mataron, quedó intacta su estructura política, militar, social; sus prácticas, manejos y su concepción utilitaria del poder.

“Y la limpieza del pantano inmundo se concretó a la muerte de un gusano”, sentenció el poeta Federico Bermúdez refiriéndose a Lilís, y con Trujillo pasó igual. 

Demasiados años, demasiadas complicidades, conchupancias, tejemanejes, favores, lealtades, pero también mucha sangre vertida como para seguir derramando más… y una Guerra Fría de por medio que obligó a pasar página.

Comenzando por Bosch y su funesto “borrón y cuenta nueva” y pasando por todos los presidentes que hemos tenido desde entonces, nadie hizo nada para hacer saldar todas las deudas pendientes: no hubo devoluciones, excusas, perdones, desagravios, comisiones de la verdad, juicios, sentencias, prisiones o fusilamientos... No, sólo hubo un silencio cómplice, un mirar hacia otro lado, un olvidarlo todo. 

Así fue como se edulcoró la dictadura y sus desmadres, así fue como quienes nos han gobernado crearon las condiciones para que la mayoría de ese 70% de la población actual que no había nacido en 1961, vea como algo distante y ajeno esa gloriosa noche de mayo que puso fin a 31 años de oprobio.

El timing no puede ser peor; la gente está dispuesta a sacrificar conquistas y derechos a cambio de cierta seguridad y orden. Los 60 años de democracia no han resuelto un solo problema estructural; desde hace años se crece mucho… pero se reparte poco; en el continente, desde el río Niágara hasta Ushuaia la democracia está siendo cuestionada; los ciudadanos están desencantados, frustrados y el canto de la mano dura suena como canto de sirenas, embrujando a unas grandes mayorías que no verían con malos ojos gobiernos autoritarios o dictaduras.

Esa es la discusión de fondo y no otra. 

Rasgarse las vestiduras porque la Junta Central Electoral otorgó personería jurídica al partido de Luis Domínguez Trujillo carece de sentido; la legislación es clara y si cumplía con todos los requisitos la negación no era posible. La ley 5880-62 continua vigente y la exaltación del trujillismo es ilegal y penada con cárcel, toca pues supervisar su cumplimiento… labor titánica e imposible en este país, admitámoslo.

Incumplir la ley y negar derechos bajo premisas no jurídicas sería la mayor derrota de la democracia. Trujillo está muerto pero el trujillismo sigue vivo y se manifiesta cada día en prácticas que asumimos como cotidianas y que hemos normalizado.

La democracia se defiende desde sus instituciones, con sus reglas; si olvidamos eso, entonces, ¿para qué matamos a Trujillo?