POLÍTICA Y CULTURA

En su glosario vuelan brujas sobre escobas…

Uno no tiene la certidumbre del horror, no compadece a su génesis catastrófica. La remite a los primeros disparos de la imaginación aterrada en las cuevas del paleolítico. El impacto de lo probable, la voracidad asediante, el círculo gris del instinto, la gnoseología en ciernes del miedo. Los primeros relatos emboscaron la conciencia primaria de la prehistoria. La lengua no era dúctil para los códigos cifrados de la palabra urgida. Bastó entonces la gestualidad, su resorte animal, el mundo de las imágenes volanderas que alteraban las filigranas del sueño. Hemos vivido en el enigma, cartografiado por escribientes lúcidos, ayuntamos la neurosis y el asombro, bordeamos las leyendas, los ritos mágicos, ese torniquete que nos asedia, el oscuro vacío de la orfandad celeste, el diminuto epígrafe de los símbolos creadores, la fuga onírica que enriquece la memoria, las excavaciones de amuletos y fantasmas, a quienes la ciencia no logra expulsar de la vida paralela en que habitan. Hablamos en módulos recientes de Daniel Defoe, de Coleridge, del Marqués de Sade. Citamos a Goethe, a Shakespeare y sus fantasmas aulladores. El repaso histórico literario tiene que aludir a los cuentos infantiles como La Cenicienta de Charles Perrault, Caperucita Roja y Blanca Nieve de los Hermanos Grimm. La exigencia de mayor rigor o de mayor nivel literario sobre cuentos de horror, inserta a Poe, a Melville, a Gógol, a Robert Louis Stevenson y a otros maestros del terror, que no pueden dejarse de leer, como el francés Guy de Maupassant y el norteamericano Howard Phillips Lovecraft. La idea de cuentos de terror hay que asociarla la narrativa gótica de origen anglosajón, entre otros de Dickens, de Conan Doyle, Mary Shelley. “El cuento fantástico o enigmático ha sido también parte del folklore de los pueblos y ha sido sin duda una de las primeras formas culturales de la humanidad. Pensemos en dioses y demonios, los buenos y malos espíritus, los monstruos leviatanes, magos y adivinos que, a través de los mitos, leyendas, epopeyas mitológicas han asustado al hombre a lo largo de todas la antigüedad…” En un mundo mágico de fábulas, narraciones orales y escritas, la tradición de la alquimia, ciencias ocultas y sectas prohibidas, herejías, supersticiones sobre aparecidos, duendes, vampiros hombres lobo y seres animales poseídos, hasta el chupa cabra, creación terrorífica que azota el Caribe, han forjado una cultura del cuento enigmático, en cuyo techo léxico vuelan brujas sobre escobas, en un clima tenso de sorprendentes hallazgos escriturales.

Cuatro autores latinoamericanos, Juan Rulfo en “Pedro Páramo”, Julio Cortázar en “Casa Tomada”, Carlos Fuentes en su novela “Aura” y Horacio Quiroga en “El Almohadón de plumas”, consiguen alcanzar un clima espectral, fantasmal, de una alta condición expresiva. Es teniendo como telón de fondo todo el entramado de una literatura apremiante, hurgada en el semoviente de toda la memoria retraída, residuos de oscuras posadas del hombre común, infinito en su finitud evolutiva, desalmado y conferido por los designios del Pathos y el Ethos en los arpegios retóricos de Aristóteles, pasmosamente desguarnecido en su fuero íntimo, que arribamos en una barca nutrida de ingenio y proclividad al misterio más hondo, a los “Cuentos agnósticos y enigmáticos de Miguel Phipps”, a propósito del Premio de Literatura infantil otorgado por la Biblioteca Nacional Pedro Henríquez Ureña.

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