Vivencias
¡Ah la envidia!
Solía expresar el filósofo alemán, Arthur Schopenhauer, que la envidia en los hombres muestra cuán “desdichados se sienten, y su constante atención a lo que hacen o dejan de hacer los demás”; sosteniendo en el Arte de sobrevivir, que se trata de un “maligno goce por la desgracia ajena”, dejando entrever la experiencia de alguien que siempre le “había tenido una envidia maliciosa, enemistándome y separándose de este, aunque después, muchas veces, se esforzó, sin pudor alguno, en reanudar la amistad”.
Tratándose la envidia de un sentimiento y experiencia desagradable que suele conectar con otros sentimientos y emociones negativas, creando auténticas obsesiones hacia el objeto o la persona envidiada, bien sea material, intelectual y espiritual, lleva al límite, que puede empujar a las personas a hacer daño a otros que poseen lo que se entiende como deseo no cubierto, esto es, cualidades que nunca podrán alcanzar por su pobreza de espíritu,
La envidia es tristeza del bien del prójimo como la califica santo Tomás de Aquino, sentimiento que contribuye a generar una gran infelicidad en aquel que la padece y que, cuando se instala con demasiada frecuencia e intensidad, abre las puertas, a la hipocresía, la mentira, la difamación, y la aflicción en la prosperidad del otro.
En esto, puede asociarse a lo que se conoce como “síndrome del impostor”, esto es, una falta de autoestima, que conduce a buscar aquello qué hacen los demás y tratar de imitar sus cualidades honradez e integridad, sin que puedan lograrlo, porque a fin de cuentas, la envidia denota un complejo de inferioridad.