PEREGRINANDO A CAMPO TRAVIESA
Curci, S.J., pionero luminoso en tiempos oscuros
Carlo María Curci, napolitano entró en la Compañía de Jesús a los 17 años. Era biblista y apreciado predicador en las zonas Sur y meridional de Italia. Cuando los jesuitas fueron atacados por el brillante escritor Giogerti, Curci se batió con él. Como muchos otros, también él acariciaba la idea de una revista cultural que promoviera una forma moderna de ciudadanía con inspiración católica. Con Pío IX detrás del proyecto, hasta el P. General Roothaan tuvo que cuadrarse, saludar y acogerla: nacía la Civiltà Cattolica. Entre 1850, año de fundación de la revista y 1866, Curci produjo más de 200 artículos, la mayoría, al decir del Diccionario Histórico de la Compañía de Jesús, “conservadores y polémicos”.
Lo más sorprendente de Curci fueron sus ideas. Apoyándose en el pensamiento de los jesuitas Taparelli y Passaglia, Curci adoptó una posición contraria a la mayoría de la Iglesia italiana y universal. Criticó al Papa por encerrarse en el Vaticano luego de que las tropas italianas le arrebataran Roma (septiembre, 1870). Se esforzaba para que la Iglesia viese en la ocupación de Roma un hecho providencial. Ya en 1870, trabajó por la reconciliación entre el Estado italiano y la Iglesia, que en 1929 firmarían Pío XI y Mussolini. Entre 1884 y 1885, Curci escribió contra el poder temporal del Papa y por si acaso el papa no lo había leído, le mandó un memorial con sus argumentos. León XIII (1878 – 1903) se disgustó, en 1884 le prohibió ejercer como sacerdote y colocó en la lista de libros prohibidos tres de sus obras. Dos semanas antes de fallecer (1891), el entonces General jesuita Anton Anderledy le readmitió en la Compañía. Casi un siglo después de su muerte (1989) sus restos reposan en el panteón jesuita del cementerio Campo Verano.
Como si barruntara el Vaticano II, Curci pensaba que la “recristianización de los italianos” tan divididos por asuntos políticos en una Europa indiferente, provendría de una “renovación espiritual, litúrgica, pastoral y política”.
El papado debía de proyectarse internacionalmente, reconocerle su lugar al laicado y la primacía de la conciencia. Como si hubiera leído a Jürgen Moltmann y a Metz, destacaba la función socio crítica de la Iglesia. Contra la no-participación que defenderían Pío IX y León XIII, Curci animaba a todos los católicos a participar en la arena política.