enfoque
El gran peligro para la democracia en Latinoamérica
Quién tiene la información, tiene el poder. Por eso, muchos gobiernos impiden que la prensa cumpla con su labor de informar y guían al pueblo como rebaño al matadero.
Nunca he sabido a ciencia cierta quién dijo la frase Quién tiene la información tiene el poder, pero quién haya sido tenía muy claro el poder que la información concede a las personas en cualesquiera de sus actividades, ya sea en negocios, política e incluso en la vida cotidiana. Por eso no extraña el afán del ser humano por mantenerse informado, especialmente sobre aquello que le afecta.
Fidel Castro fue un gran comunicador, y gran parte del éxito de su revolución lo obtuvo utilizando medios de comunicación, especialmente la radio –lo impulsó la Radio Rebelde–, en donde se presentaba como un libertador que tenía gran fuerza popular y militar. Esto al principio era falso, pero de tanto repetirlo y con una estrategia de propaganda intensa, se convirtió en realidad.
No cabe duda de que Fidel sabía perfectamente del poder de la información. Siempre la utilizó a su favor. Cuando se hizo del poder absoluto, no dudó en crear y controlar el monopolio de la información. Suprimió la libertad de prensa, acabó con los medios independientes y los cubanos empezaron a escuchar una sola verdad, la verdad de Castro y su sistema sin libertades. Eso permitió que consolidara la dictadura más longeva de Latinoamérica.
En los regímenes militares del siglo XX, los gobernantes de turno se mantenían con el poder de la bota. Aplastaban las libertades, principalmente la de prensa. En ese entonces, el castigo para un periodista que no era del agrado del dictador de turno era la tumba o el exilio. Chile, Argentina, Paraguay, Brasil, Perú, Bolivia, Uruguay, Panamá, Nicaragua, Honduras, El Salvador, Guatemala, Cuba, República Dominicana son ejemplo de prensa reprimida y pueblos sin información.
A finales de ese siglo soplan aires de libertad en la región y principia un complicado camino hacia la democracia, mismo que pronto se ve afectado con el surgimiento de gobiernos autoritarios que, como en el pasado, deciden también conculcar la libertad de prensa y controlar la información. Así puedan mantener las dictaduras o regímenes autoritarios con máscara de democracias.
Los pensadores modernos saben que la democracia y la prensa –independiente, claro– son un binomio indisoluble e indispensable para el respeto pleno de los derechos ciudadanos. A mayor flujo informativo, mayor capacidad de los pueblos para tomar mejores decisiones y exigir que se respeten sus derechos. Esto último no agrada a los gobernantes antidemocráticos, que cada vez son más en el continente.
En Cuba se sigue negando de manera absoluta la apertura a la información. Ya no está Fidel, pero dejó una escuela sobre el tema. Daniel Ortega supera con creces a Anastasio Somoza, el dictador nicaragüense que él mismo derrocó el siglo pasado. En Nicaragua apenas si hay residuos de prensa independiente. El exilio y la cárcel son los lugares a donde envía a periodistas, incluso a medios como La Prensa, que tuvo que exiliarse en Costa Rica.
La Venezuela de Maduro es un caso parecido, pero la intolerancia de los gobernantes hacia la prensa tiene muchos brotes más a lo largo y ancho de Latinoamérica. No se quedan atrás Alejandro Giammattei en Guatemala, Nayib Bukele en El Salvador, Manuel López Obrador en México o Guillermo Lasso en Ecuador. Ninguno de ellos respeta a la prensa como baluarte y llegan incluso a reprimirla.
Es simple: son gobernantes antidemocráticos, por más que digan lo contrario. Y no se olvide que el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente (Lord Acton).
*(Expresidente de la Sociedad Interamericana de Prensa)