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Recuerdos

La vida se alimenta de recuerdos. De unos episodios fugaces, pero eternos en el tiempo y la memoria.

Recuerdos lejanos donde un día vivimos a plenitud instancias espléndidas en el cuerpo y en el alma.

A veces es una escena imborrable que dio inicio a una historia de amor.

A veces es una mirada, una coincidencia de ternura, una palabra, un saludo, un árbol y una sombra.

A veces es la fortuna de un encuentro simple donde las manos se unieron a priori para siempre.

A veces también puede ser una terca imagen que se estaciona en el alma para vencer el olvido.

Y por qué no, a veces puede ser una palabra tierna que se hizo costumbre en la llamada invisible de la cotidianidad.

Lo cierto es que allá donde hemos dejado la sombra de lo que fuimos nos acompaña siempre y nos guía una tristeza que persiste.

Somos rehenes de ese pasado feliz. Rehenes de unos ojos, de una caricia, de una palabra, de una voz, de una sonrisa, hasta de un hogar simple donde empezó todo.

A cada instante una imagen que suapea el pensamiento y nos deja sin aliento y nos hace llorar como el niño huérfano y solitario que la pena abate.

Ante este festival de hermosos recuerdos, siempre nos queda el consuelo de que dondequiera que vayamos, incluso hasta el más allá, siempre llevaremos con nosotros esos instantes que nos hicieron felices y que al evocarlos también humedecen los recuerdos.

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