MIRANDO POR EL RETROVISOR
La chica del dragón tatuado… y la que baila con una navaja en la lengua
Cuando observé recientemente en un vídeo que se hizo viral en las redes sociales a una adolescente bailar durante un “teteo” en un barrio, con una navaja de afeitar en la lengua, recordé a Lisbeth Salander, un personaje de la película “La chica del dragón tatuado”, que protagoniza la actriz Rooney Mara.
Lisbeth es una hábil hacker, a quien contrata el periodista Mikael Blomkvist, representado por el actor Daniel Craig, para que le ayude a esclarecer la misteriosa desaparición de la sobrina de un millonario empresario.
Por su apariencia, pocos le darían un empleo a Lisbeth. Es una joven delgada y de baja estatura, con un “look” entre gótico y punk, usa piercings y tiene gran parte del cuerpo tatuado, además de que es fumadora, borracha empedernida y bisexual.
Pero Blomkvist va más allá de la apariencia, le ofrece a Lisbeth la oportunidad de trabajar junto a él y ella no lo defrauda, pues se convierte en la persona clave para el esclarecimiento del caso.
La rebeldía de la joven hacker, quien usa el pseudónimo “Wasp” (avispa), su desconfianza en las personas que se le acercan, su apariencia estrafalaria y perfil de antisocial, tienen una explicación: Ella arrastra un pasado de maltratos y de violaciones sexuales.
Pienso que por las duras críticas que recibió en los comentarios del audiovisual la chica del baile con la navaja en la lengua, es casi seguro que pocos le darían la oportunidad de un empleo. Ella con el tiempo sería una de las tantas “Lisbeth” de los barrios del país, que quizás termine con un embarazo no deseado a temprana edad, y hasta en el peor de los casos, sumergida en la delincuencia y el consumo de drogas.
Pero no son solo jóvenes de manera individual a quienes juzgamos y terminamos estigmatizando por el perfil que muestran, sino incluso a barrios completos.
La semana pasada Listín Diario, el medio de comunicación donde laboro, publicó un reportaje en el cual residentes en Capotillo se quejaban de que a todos los moradores se les pretenda etiquetar por lo que se vive en la emblemática calle 42 del barrio capitalino, un punto que se caracteriza por las fiestas públicas, consumo de alcohol y sustancias ilícitas.
Y es la realidad de la mayoría de los barrios de cualquier demarcación del país, como por ejemplo, Villas Agrícolas, el sector donde nací y me crié, marcado en la década de los 70 por la proliferación de la prostitución.
El barrio llegó a tener cabarets de fama internacional, como el Night Club Herminia, y todavía algunos centros de ese tipo son usados como referencia para ubicar a visitantes con una dirección: “Mi taller está a una cuadra de Polín”, puede decir el propietario de un negocio para orientar a un cliente.
Y los moradores de esos sectores, lamentablemente, terminan arrastrando la realidad tan particular que los marca y crea la opinión errada de que todos sus habitantes son así y de que nada bueno puede salir de esas demarcaciones.
Sin embargo, la realidad es otra. La mayoría de los residentes en barrios, entre ellos sus jóvenes, son personas honestas y laboriosas que se esfuerzan cada día por crecer social y económicamente, pese al ambiente adverso que les rodea por la falta de oportunidades.
Hace unos años, un hacker apodado “Cracka”, quien luego resultó ser un adolescente de 16 años, ganó notoriedad por acceder, nada más y nada menos, que a los correos personales de los directores de la Agencia Central de Inteligencia y de la Agencia de Seguridad Nacional (CIA y NSA, por sus siglas en inglés, respectivamente), así como del consejero en ciencia y tecnología de la Casa Blanca, en Estados Unidos. El joven también fue acusado de publicar información en internet de por lo menos 30,000 empleados del gobierno norteamericano.
Jóvenes con semejante talento, como “Wash” y “Cracka”, deben haber por montones en los barrios de República Dominicana y, en lugar de ser condenados por la sociedad, bien pudieran los gobiernos enfocarse en descubrir el potencial oculto que poseen.
Podríamos detectar diamantes en bruto para la tecnología, el arte, los deportes o cualquier otra actividad que permita cambiarles su destino de estigma y exclusión.
Y quién sabe hasta dónde podría llegar con apoyo, una joven que desafía el peligro bailando con una navaja de afeitar sobre la lengua. Yo no lo haría ni con una insignificante grapa.