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Los niños y la salud mental

Un amigo me confesó hace unas semanas la angustiante situación que vive su familia porque uno de sus hijos atraviesa por una situación de salud mental.

Lo primero fue la dificultad para conseguir en el sector público un cupo para tratar su condición, ya que el déficit de camas hace cada día más difícil lograr un internamiento en las unidades de intervención en crisis (UIC), disponibles en los hospitales.

En la etapa más crítica de la pandemia, esas camas se usaron para tratar a pacientes con Covid-19, pero luego de la reducción del impacto del nuevo coronavirus, no han sido devueltas en su totalidad a las UIC.

A la dificultad de encontrar camas disponibles para pacientes con diversos trastornos mentales, se suma que no han sido abiertas las nuevas UIC que estaban programadas, pero también sigue siendo un anhelo la atención en salud mental con enfoque comunitario, llevando esos servicios a las unidades de atención primaria (UNAP).

La Organización Mundial de la Salud (OMS) adoptó la atención primaria en salud como una estrategia básica el 12 de septiembre de 1978, durante una conferencia internacional realizada en Kazajistán y, nuestro país la asumió como eje fundamental y puerta de entrada al sistema nacional de salud.

Según el perfil que se otorgó a las UNAP cuando fueron concebidas, era la manera más apropiada de descentralizar los servicios de salud, lograr la prevención de enfermedades, garantizar la vigilancia epidemiológica y el seguimiento a pacientes especiales en los lugares donde residen.

La otra gran ventaja de las UNAP era que servirían como un termómetro que permitiría contar con estadísticas confiables al momento de trazar políticas de prevención en el sector salud, vital para el desarrollo de cualquier nación.

Hay familias que han visto desvanecerse los logros económicos alcanzados a lo largo de toda una vida de trabajo y sacrificios, tan solo cuando un miembro debe enfrentar una enfermedad catastrófica que llegó de repente.

En el caso de la salud mental, el panorama es más desalentador, porque se agrega el estigma alrededor de ese tipo de padecimientos.

A propósito de la salud mental en los jóvenes, un estudio realizado recientemente en Estados Unidos reveló que los adolescentes de esa nación están en crisis, enfrentando desafíos en ese ámbito sin precedentes.

La investigación de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos (CDC, por su sigla en inglés) mostró que casi 60% de las niñas estadounidenses reportaron sentir tristeza y desesperanza de manera constante. Las tasas también aumentaron en los niños, aunque en menor proporción.

Otros hallazgos del estudio son ansiedad por cuestiones escolares, depresión por problemas con amistades y familiares, malestares post-Covid-19 y angustia por el uso de las redes sociales.

Y en República Dominicana, ¿Contamos con un estudio serio que retrate la realidad de nuestros niños, niñas y adolescentes en materia de salud mental? ¿Conocemos sus inquietudes, preocupaciones, malestares, necesidades, angustias, frustraciones, tropiezos y estados de ánimo? ¿Estamos al tanto de anhelos, ilusiones, sus valoraciones del entorno escolar y familiar, en fin, qué piensan y cómo piensan nuestro niños y jóvenes? Los ministerios de Salud Pública y de Educación podrían auspiciar un estudio en escuelas y universidades, similar al realizado en Estados Unidos, que arroje luz sobre la realidad emocional de los niños y jóvenes dominicanos.

Pienso que los hallazgos podrían ser sorprendentes, no solo para las autoridades educativas y sanitarias, sino también para los padres, en su mayoría muy ajenos a los estresores de sus hijos.

Los padres piensan que los trastornos mentales son asuntos exclusivamente de adultos, porque consideran que a tan temprana edad la vida está libre de preocupaciones y, en consecuencia, suelen minimizar esas señales de que algo no anda bien.

El caso del amigo que cité al principio, además de todos esos avatares, tuvo que sufrir el desdén de cercanos que minimizaron la condición de su hija adolescente, alegando que se trataba de un “chantaje” para lograr atención, privilegios o sacar algún provecho en el seno familiar.

Precisamente, esa actitud de indiferencia hacia los desafíos y amenazas que enfrentan niños, niñas y adolescentes en un mundo dominado por el auge de la tecnología, es lo que ha llevado a un incremento de los suicidios en ese segmento de la población.

Por suerte la hija de ese amigo ha encontrado en sus padres el amor, el apoyo y la empatía que necesita para encarar sus trastornos emocionales.

Ellos desoyeron las voces que invitaban a la apatía y asumieron con seriedad devolverle la tranquilidad y el bienestar a su hija, un ejemplo que todos los padres deberían imitar.

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