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Opinión

Delación y calumnia: el binomio de moda

La delación, en el marco de un proceso en que alguien resulta imputado, se hace para salvarse, y “la salvación es personal”, predican los cristianos. De ahí que, aun considerado como un acto egoísta, muchas veces encontrará la justificación del llamado “instinto de conservación” que invocan las personas cuando se enfrentan a hechos que amenazan su integridad –si bien en este caso el bien jurídico amenazado es la libertad– y ante los cuales no parece razonable que el individuo responda en atención a ningún tipo de escrúpulos.

La delación, que indudablemente fue pensada como instrumento coadyuvante de una rápida obtención de pruebas útiles para la acusación, paulatinamente se ha venido degradando en su esencia teleológica para empezar a recorrer un camino capcioso en el que el delator, una vez ha comenzado su humillante labor, ya no puede discriminar entre delación y calumnia. Porque, para el acusador –que sin duda es su tabla de salvación– el problema no es ya si sus informaciones son ciertas y necesarias, sino que, además, precisa de que sean suficientes.

Y en esa danza de potencial ahogado, el delator, que ya ha hecho conciencia del alcance de las necesidades de su “benefactor” para tener un caso, empieza entonces a mentirle a este, a construir el relato sucedáneo de la verdad imposible, caiga quien caiga; porque, total, ya comoquiera se ha hecho manifiestamente ruin ante los ojos del delatado –quizá cabría decir traicionado–, ante los ojos de gran parte de la colectividad, y por qué no, ante los ojos del propio acusador. Así que nuestro personaje, además de delincuente confeso, se estrena en un nuevo oficio que habrá de acompañarle para siempre, el de calumniador. Y es que, una mentira solo se mantiene apelando a otras mentiras. En lo adelante, el calumniador comenzará el tránsito hacia una angustiosa existencia en la que, la insuficiente verdad que fue capaz de llevar a grado óptimamente productivo para la acusación con el aderezo de la calumnia traidora, no le dará tregua para la paz. Por las noches vendrá, como fantasma, a arañar la antigua aptitud para el sueño reparador. Y durante el día, le hará desear su propia finitud, mientras se cocina en esa especie de fuego y azufre preparado para los que padecen el “exilio interior” al que quedan reducidos los traidores. A la tortura que le causará haber traicionado a sus iguales, sumará la de haberlos calumniado.

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