El dedo en el gatillo
Un rato en La Victoria
Los actuales pasantes están programando otros sitios para conocer y siempre me incluyen en sus propósitos. Eso me hace sentir útil todavía a pesar de que ya no las tengo todas conmigo.
He vuelto a viajar con los pasantes.
No como antes, cuando solíamos pernoctar en pueblos y provincias a la buena de Dios. Entonces la “guarandinga” (transporte de la empresa) funcionaba y el diario digital no existía como hoy.
Recorrimos el país de punta a cabo. A veces dormitamos en lugares confortables gracias a empresarios generosos. Esa virtud nos permitía recorrer, al siguiente día, sitios jamás imaginados y zonas silvestres donde agua y verdor corrían suaves, como chorros de luz.
El Covid-19 y la muerte del inolvidable José Miguel Germán restaron frecuencia a esas aventuras.
Pero en este 2023 me he dispuesto a acompañarlos.
La visita a recintos penitenciarios ha sido inolvidable. Los pasantes, emocionados, no jamás frecuentaron sitios como esos. Allí compartieron con hombres y mujeres privados de libertad que miraban el sol cada amanecer a través un pedazo de cielo fragmentado.
Todo comenzó en un cineforo. “Carpinteros”, de José María Cabral, les pasantes aprendieron esas señales jocosas y las practicaban sin sonrojo. Descubrí el interés por vivir de cerca la experiencia del amor a larga distancia, a través del lenguaje de las señas.
La primera visita fue a Najayo Mujeres. Allí conocieron cómo una determinada forma rudimentaria de comunicación todavía encendía el interés de las féminas por confundir sus vidas y milagros con algunos del sexo opuesto, aglomerados bajo los barrotes colindantes de ambos recintos.
Pero no solo vieron carpintear. Antes, la directora del penal abrió el hábitat de aquellas internas, la mayoría recluidas por el mismo delito, aunque en circunstancias diversas: Homicido. “Las que desean estudiar, pueden hacerlo, las que aspiran a salones de belleza o corte y costura, también. Aquí hay espacio para todas” -sentenció. Al preguntarle sobre su vida privada nos llevó a la dirección y allí se confesó. Conocimos a una dama fuerte de carácter, pero con hechura sublime, capaz de fiestar en sus pocas noches libres.
En La Victoria, a pesar del evidente cambio de sonrisa con que hoy se saluda al visitante, todavía se respira ese tigueraje propio de un lugar preparado para recluir solo dos mil ciento trece internos, pero hoy deben hacerlo a casi ocho mil personas, y el conteo continúa.
El director del penal no tuvo reparos en mostrarnos sitios menos vulnerables, aquellos donde la transformación penitenciaria es más evidente. En esos lugares se estudia, se lee, se innova, se crea, se ejercita y se acepta a quien esté dispuesto. La libertad de cultos ha revivido la esperanza del interno y en cada congregación el cambio de armas blancas por biblias no es un cortejo fúnebre.
En cada área hay autoridad. La sequedad amable en los rostros de los guardianes habla por sí sola. En un recinto como La Victoria y a pesar de todo el aire de superación individual, el que busca enfado, lo encuentra. El pabellón “Alaska” ha perdido parte de su ferocidad y hoy compite con populosas avenidas comerciales de Santo Domingo. Andar por esos pasillos recuerda el trasiego dentro de un boulevard donde brillan pinturas junto a cigarrillos, calcetines y desodorantes junto a las marcas del destino.
La Victoria, sin embargo, todavía es un reino inexplorado. Según sus directivos hay mucho que cambiar. Están conscientes de que no es un hotel o un camping temporal, sino una prisión con disciplina, horario estricto, castigo a los rebeldes y limitaciones propias de un entorno donde todavía pululan internos dueños de espacios habitables, negocios y otras estrategias; un lugar donde también pueden devenir inconsistencias o cambios. Los recluidos viven otra realidad lejos de las luces de neón y cerca de guardianes que los harán entrar en razón cuando sean tentados por ‘el diablo’. El hecho de que los pasantes estén programando otros sitios para conocer me hace sentir útil todavía, a pesar de que a veces no salgo al mundo con la buena de Dios. Llevarlos a recorrer el país es mi alcancía rota que intento reconstruir gracias a la atención que me brinda esta nueva promoción. Juntos intentamos acercar al lector a nuestro presente, cuándo cantar y cuándo enfrentar un rostro que requiere ayuda aunque, en apariencia, solo busca una sonrisa para calmar sus ansias de comunicarse. Igual que las damas carpinteras de Najayo Mujeres que todos días intentan hallar, con señas, al héroe de sus cuentos. Y hay jóvenes periodistas sin mordazas para contar esas historias.