Opinión

Los tres santos de la risa

Juan F. Puello HerreraSanto Domingo

Se dice, que hay dos “verdades absolutamente ciertas de la vida: nuestra existencia y lo inevitable de nuestra muerte”. En ese sentido, citábamos lo que Carlos G. Vallés narra en Estad Siempre Alegres la historia de los tres místicos chinos que le llamaban “Los tres santos de la risa” porque eso era lo único que hacían: reírse.

Cuando murió uno de los tres, quiso la gente del pueblo al menos guardar sus ritos proponiéndoles, que como era la costumbre antes de incinerar el cuerpo darle un baño ritual y ponerle vestidos nuevos. Sin embargo, dijeron que no, porque fue la última voluntad de su amigo que no quería ningún rito, sino que lo llevaran a la pira funeraria tal como estaba, así lo hicieron y entonces llegó la sorpresa, el viejo monje le había jugado la última pasada, se había llenado de cohetes, petardos y bengalas, debajo de las ropas, y al poner el cuerpo en la pira saltaron los fuegos artificiales y se armó en la noche una celebración como cuando se despide el año viejo, y se recibe el nuevo con el esplendor, el ruido, los colores y las luces de una noche como esa.

Entonces, el pueblo entero se río a carcajada limpia, y los monjes bailaron, y la gente bailó y llegó a todos el mensaje y el gozo de los peregrinos de la alegría. No hay muerte, sino resurrección, y no hay llanto, sino risa. Este fue el legado de los tres monjes amigos.

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