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¿Nos van a reemplazar?

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Margarita CedeñoSanto Domingo

El advenimiento de la inteligencia artificial ha generado grandes y graves preocupaciones a la humanidad en las últimas semanas. Hay algunos que creen que es el principio del fin de la sociedad y que los últimos días se acercan para la raza humana. Otros más optimistas están convencidos de que la IA es una herramienta poderosa, catalizadora de grandes cambios positivos para nuestro modo de vivir.

No hay dudas de que los grandes avances tecnológicos siempre han generado dudas en sus inicios. Imaginen al homo sapiens que frotó dos piedras y obtuvo el fuego, algunos habrán pensado que era útil para calentar el cuerpo, otros se habrán preocupado por el poder destructivo de las llamas.

Igual habrá sucedido con la pólvora, que primero sirvió para un uso bélico, pero que luego sería aprovechada para la minería y la obtención de recursos naturales.

Qué decir de la imprenta, ese invento revolucionario que preocupó a los que se oponían a la distribución equitativa del conocimiento y la educación masiva, pero que alentó a los grandes académicos que querían que sus enseñanzas pudieran esparcirse más allá de las aulas.

Graves preocupaciones habrán generado el ordenador y su capacidad para realizar tareas complejas en poco tiempo, amenazando con sustituir el cerebro humano. Sin embargo, no imaginamos ninguna tarea moderna sin aprovechar el poder de procesamiento de las computadoras de hoy en día.

Muchos de los lectores recordarán la grave amenaza del internet, el miedo de perder el poder sobre las personas y que la aldea global se tradujera en una pérdida de la identidad y la cultura. Nada menos cierto.

Con cada gran invento, la humanidad ha sabido establecer los límites éticos y legales que convierten toda herramienta en un trampolín para el desarrollo, aunque siempre reconocemos que todo avance tecnológico, en las manos equivocadas, también ha servido para el mal.

En el caso de la inteligencia artificial, las preocupaciones que surgen son válidas.

¿Quién determinará los límites de esta tecnología? ¿Cuáles son los principios éticos que regirán su funcionamiento? ¿Cómo gestionamos el riesgo de la pérdida de millones de empleos por la inteligencia artificial? ¿De qué forma transformará nuestro sistema educativo? ¿Cómo hacernos más competitivos para superar esta revolución de la IA?

Las preguntas son muchas, muchas más. Pero en la base de la discusión siempre estarán los mismos argumentos: la inteligencia artificial es un paso inevitable del desarrollo tecnológico del planeta, por lo cual, más que detener su avance, tenemos que conformar la mesa de trabajo para aprovechar sus bondades.

Desaparecerán muchas tareas, pero surgirán nuevas.

El cerebro humano podrá destinarse a áreas más productivas y, de hecho, más humanas, como la economía naranja o la de cuidados.

De la humanidad dependerá si la IA nos reemplaza o nos complementa.

La Inteligencia Artificial es una herramienta muy poderosa, cuyo beneficio o perjuicio siempre dependerá del uso que nosotros queramos darle.

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