Tristezas de Patria en Semana Santa
Los dominicanos podemos descreer de políticos y empresarios, desconfiar de los diálogos eclesiásticos o las conversaciones ateas; de la derecha, de la izquierda y hasta de los mancos, centristas y pragmáticos sin remedio.
Desconfiar podemos de los “salvadores de la patria” y sus promesas de campaña, de los reyes vindicados y su “página en blanco” en un país desmemoriado.
Por poder, podemos desconfiar de senadores y diputados, incluidos los que solo cenan y nunca disputan una idea ni debaten una propuesta. Podemos, sí, pero nuestro descreimiento no debería llegar como está llegando hasta la Puerta del Conde, la Patria quiero decir, y ya me explico.
Necesitamos creer en la patria, en el país, el patio, el bar de la esquina, a menos que queramos verla perecer entristecida, como perecen los amores melancólicos entre atardeceres sin luz, ay, y poemas malditos allá en Ovasis… según me cuenta la Dra. Contreras.
Así como todo hombre necesita creer en algo para tenerse en pie, así, las patrias necesitan de la fe de sus hijos para existir; y nuestro patio nacional se está quedando sin fe, sin utópicos locos que crean con absoluta y esquizofrénica certeza que “mañana, hijo mío, todo será a distinto”.
¡Que las miserias humanas y el irrespeto nos están ganando la partida!
Nos estamos quedando sin fe, negados a entender que un país puede sobrevivir sin partidos ni políticos en quienes depositar la fe, sin colmadones barriales donde descansa la nueva dominicanidad; existir puede un país, sin las “frías”, néctar de dioses “populosos y bebentinos”.
Un país puede sobrevivir “sin el previsible absurdo de su ausencia”, sin el mar sin fondo de su pelo negro, sin la luz azul de su mirada, ¡el infierno!
Puede un país sobrevivir –perdón por la insistencia– a la ausencia de las muchachas de Doña Herminia, a la clausura del Bar de los Espejos, (¡Milagros, abran eso!), a que en Casa de Teatro ya no cante Pavel “Te di”.
A todo eso y mucho más puede sobrevivir una patria, menos al trágico momento en que sus hijos se convenzan de que ya nunca se instalará en la Zona Colonial la civilización ni el decoro, porque ser indigno no sale tan caro y ser decente no vale la pena, parafraseando a Sor Joaquín Cardenal Sabina. Tristezas de patria en Semana Santa, con perdón.