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El dedo en el gatillo

Las raras

Ninguna fue PPA. Sus huellas son marcas en Listín Diario. Trabajaron cercanas a la excelencia de otras generaciones Comenzaban sus carreras entonces. Hoy, una es escritora, otra diseñadora gráfica, Riamny es investigadora y Jaclin no ababdona el periodismo. No son segundas de nadie.

Rianmy Méndez se apasionó con el periodismo. En aquel tiempo, el suplemento impreso estaba en mis manos en forma de tablero de ajedrez. Traté de hacerlo distinto. Ella lo inundó con sus iniciativas y, entre otras virtudes, nunca la empujé a trabajar. Cada semana, ella sabía qué hacer y a dónde ir. Amaba tanto lo que hacía que algunos ojos dentro del periódico siempre le caían encima. Cierto jefe se encaprichó en llevarla a escribir en la sección La Repúblca (sin aumentarle el sueldo) porque, a su modo de ver, ella estaba preparada para “historias mayores” y no continuar con reportajes pueblerinos que salían impresos al final de semana. A fin de cuentas, Rianmy no soportó aquella desconsideración y, a los pocos días, recogió sus bultos y se marchó del periódico. Graduada en la Universidad de Maryland, Estados Unidos, hoy se codea entre las mejores. También escribía cuentos. Muy buenos, por cierto. Pero se adentró en el mundo de la investigación y los dejó a un lado. Una vez le procuré un viaje a Haití con el fotorreportero Miguel Gómez. Juntos viraron aquel país de arriba a abajo. En uno de sus recorridos, el chofer del diario tildó como delincuentes a un grupo de infelices que ingirieron algunos alimentos comprados por los dominicanos para el viaje internacional. Rianmy se molestó con el conductor y le mencionó hasta del mal que iba a morir. De regreso a Santo Domingo, todavía le negaba su amistad. Ella es fuerte de carácter y espíritu.

Ariadna Vásquez Germán prefería el bajo perfil. La conocía desde el periódico El Siglo. Siempre callada, sin sobresalir, como si escondiera algo interior. Llegamos juntos al Listín y continuó igual. Aquella muchacha me llamó la atención: Atendía la fuente de Justicia y en su encomienda cotidiana se adentraba en los archivos de los tribunales a escarbar entre legajos. La primera vez que hablamos no fue muy jovial, pero al conocer mi labor en el área de cultura, comenzó a mirarme con ojos de picardía y varias veces me devolvió la sonrisa. Ahí nació una amistad aplazada hoy por quedarse a trabajar y a vivir en Ciudad México. Allí ha publicado varios libros de poesía, cuentos y novelas. Por entonces un servidor escribía en el Listín una pequeña columna dominical titulada “Cola de león”. Le propuse ser mi contraparte en otro espacio similar titulado “Cabeza de ratón”. Así lo hizo y un día traté de organizar aquellas cápsulas en forma de libro que ella todavía no se ha decidido a publicar. Es escritora más que periodista. Aunque siempre mantiene una mirada profesional.

A Mariel Acuña no recuerdo si fui a buscarla a la Universidad Católica de Santo Domingo donde estudiaba, o ella me procuró en el periódico La Nación. Lo que sí tengo seguro es su sapiencia al mirar, y al escribir. De inmediato la nombré Editora del suplemento cultural “Tertulia”. Su firma, junto a la mía, estampaba entrevistas, reportajes y artículos. Como Director del suplemento, siempre respeté sus decisiones. Es una infatigable lectora. Gracias a ella me adentré en las novelas y crónicas de Arturo Pérez Reverte y otros autores no ranqueados como “intelectuales de fuste”. Gozé la amistad de su padre, con quien me burlaba de los bandereos políticos que cruzaban frente a su casa sin otro propósito que llamar la atención. Su hermano, aunque vive y trabaja en Londres, es un buen amigo, y su madre me distingue como alguien de su propia familia. En vida de mi madre me instaba a llevarla hasta su hogar y la hacían pasar ratos inolvidables. Mariel, junto a mis libros, ha diagramado mi afán quijotesco. Es la autora de muchas portadas que reafirman mi predilección por lo bien hecho. Un día decidió abandonar el periodismo y dedicarse a la gráfica. Llegó a ser Editora de Diseño del desaparecido diario “El Expreso” y un buen día, se refugió en su hogar, montó su propia empresa, y hasta el presente, es exitosa.

Jaclin Campos llegó al Listín en 2002. Me flechó su rebeldía juvenil. Su entereza personal y fortaleza de carácter. Varias veces me ha pagado el almuerzo y jamás me ha dejado invitarla. Nunca hemos trabajado juntos. No hizo falta. Ella ha editado y corregido algunos de mis escritos. Me privilegió al invitarme a visitar su casa. Soy amigo de dos de sus más íntimas compañeras, Sorayda Peguero Isacc y Toñita Ricard, haineras como ella. Escribí una colección de sonetos cuando murió su padre, la cual incluí en uno de mis poemarios. Me regaló la única Biblia que poseo, con su firma y su olor a gente. Asistí a varias sesiones de su Iglesia donde comprendí que los evangélicos también son gentes con cerebro y voluntad, solidarios y con deseos de aprender del valor ajeno. Su ya no tan pequeño sobrino, Gilbert, me distingue.

La admiro y no temo confesarlo. Mi devoción por ella no es cambiante ni manipulable. Desde hace veintiún años va y viene de Haina al Listín en transporte público. Acostumbra a no coger “bolas” de nadie. Soporta apagones, dilemas, delincuencia, gritería barrial, asaltos, falta de agua y precios altos con dignidad y decoro.

Si Mariel me enseñó a abrir los ojos, Jaclin supo tocar mi corazón. Entre ellas, Rianmy, Ariadna y otras que por motivo de espacio no menciono ahora, aprendieron a soportarme, a prestarle atención a lo que ellas consideraron más productivo para mí. Ahora y siempre, serán parte de mi vida. Les agradezco que hicieran latir mi instinto humano en tiempos donde todo lo daba por perdido.

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