La Cumbre o “Los 15 de Florita” por debajo de la mesa
Décadas atrás, un acontecimiento trascendental en la vida de las jóvenes era la celebración de sus 15 años, fecha simbólica, debut en sociedad para las clases altas, preámbulo de la adultez para la generalidad.
El declamador cubano Luis Carbonell inmortalizó la celebración en el poema, Los 15 de Florita, con gracia e ironía narra el afán de la madre por la celebración de la fecha que se dirige al padre, Juan de Dios, que en lugar de escuchar se duerme, lo que no le impide proclamar que: “Los quince de Florita se tienen que celebrar”.
Los padres solían afanarse porque la celebración tuviera resonancia social, hasta con publicaciones en los periódicos, todos empeñados en que la fiesta no pasara, “por debajo de la mesa”, que no tuvieran la trascendencia social esperada, oportunidad de demostrar que no se escatimaba recursos en el magno evento.
La celebración en el país, de la XXVIII Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno de Iberoamérica, diferencias al margen, tiene la connotación de un evento similar al de, “Los 15 de Florita”, la presencia en el conclave del rey de España y de los mandatarios de la mayoría de los países de Iberoamérica, no era para menos.
El documento final de la Cumbre, una ambiciosa propuesta de acciones a favor del medio ambiente, de la igualdad de género, de la inclusión laboral, del adecuado manejo de los flujos migratorios, del avance tecnológico, de la crisis de Haití y otros temas trascendentes.
El presidente de Chile, en lo que algunos podrían calificar de intromisión en los asuntos internos de otra nación y otros de valiente defensa de los principios democráticos, hizo un fuerte llamado ante la deriva autoritaria en Nicaragua, calificando de dictatura al régimen de los Ortega, Murillo, al que le recordó: “que la patria se lleva en el alma y en la sangre y no se quita por decreto”, ante las acciones del gobierno de ese país.
En general la participación de los mandatarios, el resultado final de la cumbre y la trascendencia de esta, en momentos en que el mundo recupera la normalidad plena, luego del impacto del Covid 19, eran para que el país y el Gobierno del presidente Luis Abinader y del PRM, herederos de la visión internacionalista de Peña Gómez, sacaran el máximo provecho.
Al evento, sin embargo, le robó el show, el Caso Calamar, cuya urgencia de apresar días antes de la Cumbre a tres exministros, no se entiende mucho, seguido del anuncio de la situación de salud del expresidente Danilo Medina y los incidentes del día después de la Cumbre, en el que fueron reprimidos a bombazos limpios los manifestantes del PLD, con lanzamiento de bombas lacrimógenas a la sede de ese partido y agresión injustificada a un fotorreportero del Listín, como para no olvidar la tradición troglodita de estamentos policiales y militares.
Una suma de acontecimientos que se han tragado el impacto de un evento que debió tener mayor trascendencia para el país y, en el país.
Bien sea por la proclamada independencia de la justicia, puesta en dudas por la alegría del asesor presidencial que preguntó: “¿Se acabaron los intocables?”, o por lo que fuera, el “timing”, la sincronía, de los acontecimientos, la respuesta policial, han hecho que la Cumbre, que debió brillar, fuera como unos 15 de Florita, que se pasan por debajo de la mesa.