La renuncia de Don Emilio
A Don Emilio De los Santos lo conocí cuando tenía apenas unos 10 años. Mi abuelo un día fue conmigo a presentármelo y me señaló que era el hombre más serio y respetable que había conocido.
Recuerdo a Don Emilio desde que amanecía con saco y corbata, incluso cuando salía de la casa usaba un sombrero negro y su bastón.
Con el paso del tiempo, yo adolescente, siempre acechaba cuando iba a salir y me disponía acompañarlo hasta donde iba a tomar un carro público. Supuestamente yo iba en su misma ruta, pero una vez se montaba en el vehículo me devolvía para mi casa.
Me fui ganando la confianza de aquel personaje, hasta que me llamaba continuamente para que le leyera algún documento que tuviera las letras muy pequeñas.
Tras el ajusticiamiento de Trujillo, el Consejo de Estado le designó como Presidente de la Junta Central Electoral, correspondiéndole proclamar el triunfo de Juan Bosch en los comicios de 1962.
Siete meses después de la toma de posesión, un golpe de Estado derrocó el 25 de septiembre de 1963 al presidente Bosch. Esa misma noche, de acuerdo con su propio relato, fue mandado a buscar al Palacio Nacional para solicitarle que asumiera la Presidencia del Triunvirato que se estaba formando.
Este primer Triunvirato estuvo conformado además de Don Emilio por Manuel Enrique Tavares Espaillat y Ramón Tapia Espinal.
El 21 de noviembre de 1963, un grupo guerrillero encabezado por Manuel Aurelio Tavárez Justo y los líderes de la Agrupación Política 14 de junio (1J4) se sublevó en las montañas para luchar contra el Triunvirato, en demanda de la restitución del derrocado gobierno de Juan Bosch.
Aunque buscaban derrocar el Triunvirato, Don Emilio, quien era un civilista y nunca uso un arma en su vida, había ordenado, creyéndose realmente presidente, el respeto de la vida de los guerrilleros, teniendo garantías como él decía “de los altos mandos militares”.
Cuando al anochecer del 21 de diciembre de 1963 se entera del fusilamiento de Manolo junto a otros 28 combatientes, en la sección Las Manaclas, San José de las Matas en la cordillera central, renunció inmediatamente del Triunvirato declarando que “no sería cómplice del asesinato de un grupo de jovenzuelos, habiendo dado las instrucciones en el sentido de preservar su vida”.
Don Emilio al abordar el hecho en su vida privada, siempre repetía la frase: “mataron los muchachos y eso era inconcebible para mí. Esas muertes se me han quedado impregnadas en el alma como una mancha”.
Este acontecimiento lo traumó de por vida. Jamás asumió una posición pública, no obstante, los ofrecimientos tanto en los gobiernos de Balaguer de los doce años como en el de Don Antonio Guzmán.