¡Afinemos el oído!
En la Biblia, el número cuatro hace referencia a lo material, al cosmos y al mundo; pero cuando está seguido de ceros indica que en el escenario terrenal abundan las pruebas y las dificultades; además, hace alusión al cambio. En ese mismo orden, la cuaresma alude a cuarenta días, iniciando con el miércoles de ceniza y concluyendo con la Cena del Señor, el jueves santo. La práctica de la Cuaresma se remonta al siglo IV.
El camino cuaresmal persigue una transfiguración personal, eclesial y social. Una transformación que, en los tres casos, halla su modelo en el rostro iluminado y resucitado de Jesús. Para lograr tales metas se requiere, ponerse en camino, un camino cuesta arriba, que requiere esfuerzo, sacrificio y concentración.
En esta peregrinación hay que evitar refugiarse en una religiosidad hecha de acontecimientos extraordinarios y de experiencias sugestivas, por miedo a afrontar la realidad con sus fatigas cotidianas, sus dificultades y sus contradicciones. “La Cuaresma es un tiempo propicio para quitarnos las máscaras que llevamos cada día aparentando ser perfectos a los ojos del mundo; para luchar contra la falsedad y la hipocresía. No las de los demás, sino las propias”.
En este tiempo, “se nos ofrecen cuarenta días favorables para reencontrarnos, para detener la dictadura de las agendas siempre llenas de cosas por hacer; de las pretensiones de un ego cada vez más superficial y engorroso; y de elegir lo que de verdad importa”. El Papa Francisco dice que “la Cuaresma, ciertamente, es el tiempo favorable para volver a lo esencial, para despojarnos de lo que nos pesa, para reconciliarnos con Dios, para reavivar el fuego del Espíritu Santo que habita entre las cenizas de nuestra frágil humanidad. Es el tiempo para volver al Señor de todo corazón”.
La Cuaresma es el tiempo propicio para dejar espacio a la palabra de Dios, el tiempo para apagar la televisión y abrir la Biblia, el tiempo para separarnos del celular, de las redes sociales y conectarnos al Evangelio. Se nos otorgan cuarenta días para dar a Dios la primacía en nuestra vida, para volver a dialogar con Él de todo corazón y no en momentos ocasionales”. Hay tres grandes pilares o vías para volver a Dios y a los demás: la limosna, la oración y el ayuno. Es el tiempo para renunciar a palabras inútiles, chismes, habladurías, justificaciones, victimismos y hablar con el Señor. El tiempo para dedicarse a una santa ecología del corazón: hacer una limpieza profunda. Vivimos en un ambiente contaminado por una violencia verbal de tantas palabras ofensivas y nocivas que internet amplifica a su modo.
Es decir, estamos sumergidos en palabras vacías, en publicidad de mensajes tortuosos y engañosos, estamos acostumbrados a oírlo todo de todos, y corremos el riesgo de resbalar a una mundanidad, que, atrofia el corazón. Y para curar esto no hay bypass, solo el silencio. Nos cuesta distinguir la voz del Señor que nos habla, la voz de la conciencia y la voz del bien. ¡Afinemos el oído!