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MIRANDO POR EL RETROVISOR

La viralización y monetización del dolor

El caso de Alex Murdaugh, un abogado de 54 años perteneciente a una acaudalada familia del sur de Estados Unidos, condenado el pasado viernes a dos cadenas perpetuas por haber asesinado a su esposa Maggie, de 52 años, y a su hijo Paul, de 22, muestra el divorcio cada día más acentuado entre lo real y la ficción, entre lo real y lo virtual.

Expertos en los ámbitos de la justicia y la psicología en EEUU, una vez concluido el juicio que acaparó la atención de la sociedad estadounidense, de los medios de comunicación y de las diversas plataformas de internet, han razonado sobre las enseñanzas que dejan el doble crimen, las investigaciones y el desarrollo del juicio.

Se trató de un trágico suceso rápidamente viralizado y monetizado.

El perro de la familia que aparece en un video de Snapchat y que permitió conectar a Alex Murdaugh con la escena del crimen, generó luego muñequitos caseros que terminaron viralizándose en las redes sociales.

El fin de semana antes de pronunciarse el fallo, varios intrusos fueron encontrados tomándose selfies cerca del lugar donde murió Paul Murdaugh, lo que el abogado defensor Dick Harpootlian catalogó como la acción más desagradable jamás vista en su vida.

Una jurista y una exlegisladora organizaron espacios por Twitter para responder preguntas sobre los procedimientos legales diarios durante el juicio y realizaron transmisiones en vivo por youtube, aunque al final una de ellas reconoció que el público podría verlo como un entretenimiento, pese a ser crímenes reales, con personas reales, así como con efectos escalofriantes para personas verdaderas.

Pero la viralización y mediatización del caso no se quedó ahí. Los servicios de streaming se involucraron en el juicio. El canal Discovery lanzó una serie en tres capítulos un año después de los asesinatos y HBO Max emitió un documental con igual característica en noviembre pasado.

Y como para rematar, en el momento culminante del juicio, Netflix estrenó también su documental titulado “Los asesinatos de los Murdaugh: un escándalo en el sur”, con cerca de 40 millones de reproducciones en apenas una semana.

Tomando ese caso como ejemplo, regular con firmeza, sin que se vulnere la libertad de expresión, pienso que será una tarea titánica de la comisión nombrada por decreto del presidente Luis Abinader y que se dispone a presentar próximamente al Congreso Nacional un anteproyecto sobre Libertad de Expresión y Medios de Comunicación.

La propuesta está siendo socializada antes de su conocimiento y ya ha sido llevada a diversos escenarios, incluidas las universidades, como una forma de lograr el más amplio consenso.

Tal y como ha adelantado la comisión, existe un ecosistema global en el que mucha gente opina, da informaciones, ofende, difama y manipula sin restricciones ni consecuencias.

Se ha adelantado que será una legislación nueva, en lugar de modificar la obsoleta Ley 6132 de Expresión y Difusión del Pensamiento, la cual no toca el uso del internet.

Es sin dudas un gran reto, pues la mayor cantidad de información, sin ninguna regulación, circula a través de las plataformas digitales.

El representante estatal en EEUU, Tommy Pope, al enjuiciar toda esta parafernalia mediática en torno al caso Murdaugh, reconoció que fue como una telenovela, pero con personas reales, envueltos en una tragedia con pérdidas de vidas.

Y esta cruda realidad es la que con frecuencia perdemos de vista quienes tenemos el privilegio de definir la difusión de contenidos en medios de comunicación y recursos de internet.

Para solo citar un ejemplo, considero muy desagradable acudir al velatorio, especialmente de familias de escasos recursos, y tomar imágenes y vídeos de escenas y expresiones de dolor desgarradoras de parientes del difunto, para luego difundirlas por televisión y redes sociales de los medios.

En los últimos casos viralizados y mediatizados, incluida la reciente muerte de la adolescente Esperanza Richiez en circunstancias todavía bajo una nebulosa, poco se ha reparado en el dolor de las familias cuando se trata de acaparar las audiencias.

Olvidamos que no se trata del rival aniquilado en un videjuego, del actor que muere en una película o de la actriz que sufre por el amor imposible en un culebrón.

Se trata de crímenes reales y con gente verdadera que sufre.

Según expertos, el caso Murdaugh, que convirtió la ciudad pequeña donde se registraron los asesinatos en una saga de intriga internacional, revela aspectos interesantes sobre la psique humana, especialmente en estos tiempos donde resulta tan difícil definir la frontera entre lo real y lo virtual.

Ese límite que debe existir entre el dolor real y el que se viraliza y monetiza.

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